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A la cama

Por Hugo Caligaris* "A las doce y media ya me había ido a la cama; a las siete estaba corriendo en la cinta, como todos los días." (Del gobernador Daniel Scioli, el día después de su victoria electoral.)

El gobernador Scioli es un hombre que alcanza la excepcionalidad por la vía de una estricta rutina. Hace lo que debe hacer, dice lo que tiene que decir y se va a la cama a medianoche, pase lo que pase, y por eso nadie sabe muy bien qué hacer con él ni qué decir de él, y muchos temen que los acueste a todos.

Más que una estrategia, lo suyo es un modo de ser. Recién apagadas las luces del último domingo, después de una cena frugal, con el mismo pijama de siempre y recitando tal vez alguna frase de Lao Tsé, el gobernador se metió en la cama, como al final de un día cualquiera. Lleno de paz, a los pocos minutos ya se había dormido. Su corazón latía suavemente y los sueños se sucedían sin sobresaltos, con la calma que el Cielo reserva a los benditos.

Cualquier político común y corriente hubiera reaccionado de otra forma. Difícilmente la Presidenta y su compañero de fórmula hayan podido pegar un ojo antes de la alta madrugada del 24. Es razonable: habían ganado las elecciones con el 53,96 por ciento de los votos, sacándole más de 37 puntos de ventajas al segundo, el socialista Binner. Pero Scioli había superado esos increíbles números. Con el 55,06 por ciento de los votos de su provincia, 40 puntos lo separaban de su inmediato seguidor, el empresario Francisco de Narváez. Y Scioli ni bailó ni tocó la guitarra ni hizo nada de ruido: se fue a la cama, apagó la luz y se quedó dormido.

Nunca faltará quien tome a broma ni quien se burle de unas características que el humor popular adjudica a los de pecho demasiado frío. Pero no hay que reírse. A las siete de la mañana del día siguiente, mientras todos los presidenciables de 2015 y algunos de los retirados por lo menos hasta 2050 caían rendidos por los excesos de la noche en vela, el gobernador corría en su cinta. Se lo veía fresco, con la mirada inescrutable perdida en un rincón del infinito. En qué pensaba es algo que jamás sabremos. Somos simples mortales: que no nos pidan lo imposible.