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WikiLeaks: los viejos usos de culpar al mensajero

Hay curiosas coincidencias entre la ofensiva sobre el sitio que reveló los documentos secretos de los EE.UU. y el cerrojo informativo impuesto por China al Nobel de la Paz.

El problema no son sólo las respuestas, también está en las preguntas a las que se intenta ahogar antes de que aparezcan o, idealmente, fulminar las razones que puedan llevar a formularlas.

La información siempre es una respuesta.

El procedimiento, ya de tintes fascistas, con que el bolivariano Hugo Chávez pretende amordazar una opinión pública necesariamente crítica por el desbarate político y económico en que ha encallado Venezuela, tiene ese propósito abortivo. Es el mismo clima de no animarse a interrogar y su consecuencia inmediata, cuestionar, el que ni se disimula en el diseño del cerrojo informativo en China, el cual alcanza hoy una espectacular resonancia por el penoso episodio del Premio Nobel de la Paz.

La lista de estas calamidades contra la libertad de saber o de enterarse y la nómina de los sitios donde suceden, cubre mucho más que el espacio de esta página. ¿Pero en qué lugar de estos despropósitos queda el caso de la ofensiva sobre WikiLeaks? ¿O de qué forma el discurso libertario en Occidente tiene asidero con la realidad después de esta obscena campaña para acallar a un sitio que, en todo caso, mostró más habilidad que otros medios para obtener y difundir información pública? Cierta corrección política y hasta el buen gusto desaconsejan reducir como estupidez la calificación de este arresto sin fianza que le ha caído a Julian Assange en Londres, pero cuesta hallar una alternativa al término.

Este periodista ha sido acusado en Suecia de un paquete de delitos sexuales de origen por lo menos dudoso cuya autoría él ha negado. Sin embargo se libró en su contra una orden de captura internacional y en noviembre Interpol lo colocó en la lista de los más buscados alrededor del mundo. Lo estentóreo de la persecución pareció confirmar las sospechas de una vendetta. Assange finalmente se entregó y en el momento de la presentación ante la justicia, el magistrado británico le negó la fianza recluyéndolo en un calabozo aislado de la prisión Wandsworth, donde sólo se le permite una hora de ejercicio diario y ningún acceso a internet. Esto sucedió pese a que la detención se hizo antes de que Suecia presentara evidencias sobre el supuesto caso en su contra.

Por cierto, al respecto de esos “delitos” vale referir una carta que Kartrin Axelsson de la organización Women Against Rape (Mujeres contra la violación) que lucha por el castigo a los abusadores, envio al diario británico The Guardian . Axelsson se sorprende del “celo inusual” aplicado para el procesamiento del fundador de WikiLeaks y revela que la aceptación de fianzas en este tipo de delitos es de rutina en los tribunales ingleses. Esta dura activista contra los abusos concluye sin embargo sugiriendo escéptica que “hay una larga tradición sobre el uso de casos de violación o asaltos sexuales para la agenda política que nada tienen que ver con la seguridad de las mujeres”.

En el medio de esta escalada, EE.UU. puso en marcha la maquinaria diplomática para solicitar la entrega del reo a las cortes norteamericanas. El objetivo: que sea juzgado por espionaje por publicar información sin permiso o, en su defecto, cualquier otro cargo que pueda encontrarse como reconoció sin pudores el fiscal general de EE.UU. Eric Holder. El espionaje “en esto puede jugar un rol, pero hay otros estatutos, otras herramientas a nuestra disposición”, dijo.

En Australia, país natal de Assange, entre tanto, la Policía Federal inició su propia investigación para armar otra causa contra el periodista . China pretende castigar y advertir a la disidencia que reclama apertura democrática con el ruidoso maltrato que dispensa al Nobel Liu Xiaobo a quien mantiene en prisión por el delito de opinión.

Pero con el caso Assange, EE.UU. y sus socios de estampa democrática alrededor del mundo están pasando un mensaje no menos gravoso para que lo piensen dos veces quienes se atrevan a tomar en serio el valor de la transparencia. Es claro que este disparate no es debido sólo al contenido de los documentos difundidos, sino que trabaja para cerrar un dique de consecuencias imprevisibles. No es lo de hoy sino también lo de mañana que puede desnudar aquello que los Estados hacen y no dicen con el poder que les da la gente. Son tres los paquetes de información que WikiLeaks divulgó hasta ahora, los más dramáticos los dos primeros sobre Afganistán e Irak que confirmaron el uso en esas guerras de la tortura entre otras barbaries.

El actual dossier, el más resonante pero menos rico, deja sí al descubierto enormes deslealtades de EE.UU. con sus informantes, políticos o diplomáticos extranjeros. Y revela jugadas clandestinas de muchos gobiernos en contra de sus promesas y aún de sus electores.

El problema es cuánto más puede haber en esta montaña en manos de WikiLeaks o cuánto en otros escondrijos pasibles de ser infiltrados algo que parece inevitable. El número de “nuevos secretos” designados como tales por EE.UU. ha crecido 75% entre 1996 y 2009 hasta 183.224, según datos oficiales que consigna la revista Time .

Pero la documentación y otras comunicaciones generadas por esos papeles saltó diez veces, desde 5,6 millones a 54 millones en el mismo período. Por una cuestión de logística son cada vez más las personas que tienen acceso a más papeles agigantando las grietas de seguridad. “Cuando todo esta clasificado entonces nada está clasificado”, escribió en 1971 el juez Potter Stewart en el fallo que liberó los “Papeles del Pentágono” sobre Vietnam, criticando así el excesivo secretismo norteamericano. P ero aparte de ese habito parece existir mucho que se prefiere ocultar. Lo que WikiLeaks ha dejado a la vista es una comunidad planetaria sin guía y con un alto nivel de ilegalidad, condición aún peor con aquella ausencia de la capacidad de acordar que exhiben las potencias.

Este páramo de la aldea global es un remedo más inestable del legendario M.A.D (locura en inglés y siglas de Mutual Assured Destruction) que regía la guerra fría nuclear. La idea de que una guerra consumiría a los dos bandos sin garantizar ganadores era el tapón que impedía el suceso. Hoy ese prejuicio parece limitado en la mente de norcoreanos o fundamentalistas que trasiegan tecnología atómica frente a las narices de una sociedad planetaria atrapada en una crisis económica histórica, que solo acierta a moverse, cada uno, en su pequeña baldosa y que, cada vez más claro, naturaliza sus debilidades, corrupción e irresponsabilidades .

Cuenta Herodoto que los reyes persas disponían la muerte del portador de malas noticias, convencidos de que matando al mensajero se mataba el mensaje. No debería sorprender la vigencia que aún tiene esa costumbre.