Walter Bulacio: un muerto que no para de nacer
En abril de 1991 moría en una comisaría de Núñez después de ser detenido en las inmediaciones del Club Obras Sanitarias, donde tocaban Los Redonditos de Ricota. Un pibe que se convirtió en símbolo. Por Jorge D. Boimvaser
Por Jorge D. Boimvaser
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Para que la amargura de la impunidad no nos atragante, empezamos por una escena reciente que al menos trae una brisa de alivio al mal recuerdo.
A fines de diciembre, nos cruzamos casualmente con Aníbal Fernández en el lobby de un hotel de Puerto Madero. Saludos primero y arrancó el que ya era senador, y antes Ministro y Jefe de Gabinete.
"Te olvidaste de escribir un asunto mío en tu libro ("A brillar mi amor", Mitología no autorizada de patricio Rey y sus Redonditos de Ricota".). Sorprendido –la obra se reeditó ampliada en octubre pasado-, le digo que seguro quedaron mas cosas en el tintero. La pulsión de la escritura a veces se torna irrefrenable y uno después deja mucho en el archivo. Pero le preguntamos qué nos olvidamos y sobre todo respecto a su figura.
El hombre tiene la misma verborragia en privado que en público, pero esa ocasión tomó una bocanada profunda de oxígeno como quien se siente orgulloso de lo que está por contar, se golpea el pecho con el índice y dice: "Cuando yo asumí como Ministro y jefe de la Policía Federal, una de mis primeras medidas fue dar de baja al comisario Expósito. Yo lo eché de la policía.", dijo de corrido.
"Te ganaste un lugar en el cielo ricotero", le respondí (si hablábamos de política quizás hubiéramos terminado no de la mejor forma, pero tener un tema en común que aparte es devoción nos acercó bien). Abrazo, medalla y beso. Llegaba Caruso Lombardi y el presidente de Quilmes lo recibió con cariño. (El ahora DT de San Lorenzo llegó con una morocha que sacudía los pilares del hotel, si alguien por ahí dijo en público que Caruso Lombardi es un homosexual reprimido, tendría que haber estado allí para morderse la lengua).
Volvamos al tema. ¿Quién es ese comisario Expósito a quien Aníbal Fernández se enorgullece de haberlo echado de la Policía Federal?.
Miguel Ángel Expósito era titular de la comisaría 35 la noche de abril de 1991 que Los Redondos tocaron en Obras. Yo estuve allí esa noche (como casi 150 otras noches en la historia de la banda). Los chicos hacían cola pacientemente para entrar y algunos querían pasar colados. Algo normal en toda actividad masiva. La banda comenzaba a crecer y ese año pasó de ser un gran grupo de rock para subir los peldaños hacia la leyenda viva.
Los cantos tribuneros no eran apropiados. "Policía, policía... que amargado se te vé.... Cuando vos venís a Obras... tu señora vá a coger."
Los ojos de los uniformados que cuidaban el orden del nuevo cielo se inyectaban de sangre. Rojo absoluto. Una multitud de pibes –y grandes- les decía cornudos en la cara. Estábamos en plena democracia, pero lo que yo presentí se estaba por cumplir. Esos tipos tenían licencia para matar, el gobierno de Carlos Menem hacía todo por congraciarse con los represores. El indulto de entonces era solo un botón de muestra. Las instrucciones en privado que recibían los jefes de policía eran algo así como la letra del tema "Sheriff": Meta bala por favor, no permitas que pise mierda en mi jardín... Algún día será esta vida hermosa, y me someto por eso a tu voluntad".
Yo parecía ese loco del film Tiburón que vá advirtiendo por la playa que allá en las aguas hay una bestia acechando, y todos se le ríen en la cara. Idéntico me pasó esa noche.
No escuché la orden pero ví la jauría de polis con bastón en mano pegando a diestra y siniestra y llevándose pibes a un camión celular que llegaba de culata para cargar "terroristas ricoteros".
Después se tranquilizó todo, y antes de finalizar la "misa pagana" el Indio Solari advirtió que todos saliéramos con cuidado, sin responder a la provocación de los tipos vestidos de azul.
Walter Bulacio sufrió una golpiza propia de cobardes. El pibe tenía 17 años, un rostro siempre sonriente, trabajaba de ayudante –cadie- en un club de golf y vivía con su abuelita.
Del calabozo fue directo al Hospital Pirovano, donde falleció por los golpes recibidos. Traumatismo craneano fue el parte inequívoco de una cabeza golpeada con objetos contundentes.
El comisario Expósito no fue el único responsable de la muerte de Bulacio, pero sí la cabeza policial en cuyo antro se consumó el crimen.
"Yo sabía... yo sabía... que a Bulacio, lo mató la policía", era y sigue siendo el canto obligado de las tribunas de rock y hasta de fútbol.
Las chicanas jurídicas del comisario Esposito por eludir su responsabilidad en la Justicia fueron eternas y dieron resultado. A Bulacio no lo mató nadie, pareció decir los Tribunales con su proclama de impunidad confirmada.
La Coordinador contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI), que llevaba centenares de casos de pibes muertos en democracia por la violencia policial, escribió: "(...) ni la COORREPI ni la familia Bulacio necesitamos un juicio para saber la verdad: La sentencia que realmente nos importa ya la dictó la conciencia popular..."
El caso llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y ahí sigue estando como un trámite más.
El rostro sonriente de Bulacio desapareció del mundo de los vivos pero el caso emblemático de la brutalidad policial lo siguen recordando miles y miles de chicos que se asoman al mundo musical cuando apenas gateaban o no habían nacido la noche que detuvieron a Walter.
Su rostro está en los perfiles de las redes sociales, en las remeras simbólicas, en las banderas de las nuevas misas paganas de los ex Redondos y en cuanta demostración del no olvido por el crimen impune.
Aunque por otro tema, lo canta Bersuit en Murguita del Sur.
"Con el tiempo se nos fue para la cresta... de una ola que no para de crecer...hoy su cara esta en todas las remeras... es un muerto que no para de nacer".
El consuelo de recordar que Bulacio sigue vivo y que Aníbal Fernández limpió de la Policía Federal al principal responsable de su muerte, apenas nos dibuja una mueca que no alcanza a ser sonrisa. Yo sabía, yo sabía que a Bulacio, lo mató la policía.