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Super mamá: "Un día mi ex marido desapareció con mis tres hijos y mi vida nunca volvió a ser la misma"

Luego de años de lucha constante, Gabriela Arias Uriburu volvió a estar presente en sus vidas, pero su misión cambió para siempre.

Gabriela Arias Uriburu habla bajo. Sentada en un sillón de un salón del fondo de Burger Joint, una hamburguesería en el corazón de Palermo Soho, su voz transmite paz. Pero es su nombre el que suena y resuena en la cabeza de todos los argentinos, que siguieron su caso muy de cerca en los 90.

Todo comenzó cuando se enamoró de Imad Shaban, un hombre de religión musulmana. Decidieron casarse, ignorando por completo sus diferencias culturales. Estaban decididos a que la relación funcionara. Pero no todo lo bueno dura.

El 10 de diciembre de 1997 fue un día que nunca olvidará. En esa fecha, su marido se llevó a los tres hijos de la pareja a su país natal, Jordania. Desapareció durante el proceso de divorcio, y con él se llevó el corazón y el alma de Arias Uriburu, sus hijos y su vida. Su calvario fue inmenso. A esto le seguirían años de lucha, de procesos judiciales y torturas emocionales.

Hoy su mirada se hace más profunda cuando habla de sus hijos. Cuenta que tardó mucho en establecerse emocionalmente con ella misma. Le costó años, y hoy, cuatro libros después en los que reveló sus sufrimientos y vivencias, da conferencias alrededor del mundo y hasta tiene su propia organización: FoundChild, Fundación Niños Unidos para el Mundo.


En diálogo con Infobae, Gabriela Arias Uriburu contó los detalles sobre su historia, cómo fue la pelea con el que una vez fue el amor de su vida y de un día para el otro se convirtió en su enemigo, y cómo logró perdonarlo, a pesar de todo.

"Mis hijos están enormes. Tienen 25, 23 y 20 años. Son ya tres personajes con sus propias ideas, ambiciones, es muy fuerte cuando los hijos se convierten en adultos. Y esto de que en algún momento puede aparecer la idea de que seamos abuelos es fuertísimo", relató en diálogo con Infobae.

"Cuando ellos llegan a esas edades y después de haber hecho todo lo que hiciste para ellos y para poder ayudarlos, que puedan tener vidas mucho más estables de una historia muy trágica que han vivido y verlos que están yendo hacia sus vidas es muy emocionante. Entonces decís "bueno, valió la pena todo el esfuerzo, todo el dolor, la lucha".

"Cuando comenzó la pesadilla el más chiquito tenía 1 año y 8 meses, era un bebé; Sahira tenía 4 años y Karim tenía 5".

"Yo me casé con un hombre árabe musulmán en un país extranjero. Nos conocimos ahí y tuvimos tres hijos y en un momento de dificultad en nuestro matrimonio decidimos divorciarnos, y él se lleva los chicos a Jordania de forma ilegal porque estábamos en plena separación. Desapareció un día con los chicos y mi vida nunca volvió a ser la misma, jamás".

"Eso para mí fue una tragedia. Hay una muerte en la vida, no solamente en la mía sino también en la de él, porque en la decisión de él de llevárselos, es haber atravesado un infierno que además lo ves en él, y generó toda una batalla que fue para mí la bendición más grande, porque me llevó a conocer una parte del mundo que yo no conocía y especialmente me llevó a conocer el amor que uno le tiene a los hijos, más allá de lo propio, porque cuando uno atraviesa situaciones tan complejas, tan difíciles, humanitarias propias, la vida se te redobla tres veces".

"Yo tengo una especial forma de vivir, yo lo veo con el comunicado denominador y siempre quiero ser parte de lo común, pero no soy lo común por todo lo que atravesé, entonces en esa tragedia tan fuerte se me redobló hacia qué vida yo quería ir, que le quería volver a entregar a mis hijos, cómo iba a encontrarme con ellos, cómo iba a pelear con los Estados, cuál es el papel real de la justicia".

"Para mí el lapso más difícil fue el primer año. Hasta que nos volvimos a ver fue un año. Para mí eso no fue tiempo, fue una agonía".


Todo fue complejo: "Levantarme a la mañana sintiendo que no podía más. Las fuerzas se debaten dentro tuyo y tenés un "no" y un impedimento tan grande. Sentís que estás muriendo. Realmente y tácitamente yo no podía más. Y esto es algo que la gente no lo veía porque yo no salía a los medios a hablar de lo que yo no podía sino de lo que había que hacer. A mí la Argentina me vio luchar, no me vio decaerme. Me caí muchas veces y lo viví muy en solitario y sola".

"Otra de las cosas tal vez inolvidables es el haberme encontrado con tantos jefes de Estado en los cuales yo siempre decía: "En dos minutos tengo que conmover el corazón de este hombre para que no desatienda el llamado desesperado, no de esta madre, sino de lo que hay que resolver por estos tres chicos".

"Algo impresionante que me pasó. Me hacen entrar al pase de manos de Hillary Clinton, donde yo en ese pase de manos tenía prohibido decirle: "Por favor ayúdeme". Me dijeron: 'Solamente que te vea'. Y yo me dije, 'Para qué me sirve si es así'".

"Éramos sólo 15 mujeres de Latinoamérica. Entra Hillary Clinton, me conmovió por completo esa mujer. Yo tenía un pin con las tres caras de mis hijos. Entonces, nos vamos a dar la mano y ella me dice: 'Son muy lindos'. Yo estaba con Teresa Fernández, que en ese momento le dice: 'Hay que luchar por ellos'. Entonces ahí fui entendiendo la dinámica para relacionarse".

Sobre la relación con el padre de sus hijos, hoy: "Al principio era tremendo, tremendo. Tuve que trabajar mucho mi violencia interior. Y de a poco fui entendiendo. Yo tuve que leer a Lao Tse y el "Tao Te Ching" para poder utilizar las herramientas y tratar de entender cómo piensa alguien como él. También me ayudó mucho la historia de Gandhi. Para mí él era mi enemigo. Es como la historia del Samurai, como del enemigo. Vos finalmente terminás siendo una parte de la vida de él, de ambos. Para mí fue un antes y un después toda esa elaboración. Además los chicos se criaron en un mundo musulmán".

"Mi hija Sahira es musulmana. Se viste libremente. No quiero decir que se viste de manera occidental porque esas son cosas que tienen que ir reformando como humanidad, más con lo que está ocurriendo hoy en el mundo".

Sí, yo lo entendí a mi marido. Eso no quiere decir que justifico nada. Pero comprendí cómo funciona. Él hizo el acto que hace el Islam, que es llevar los hijos a su tierra, a su pertenencia...".

"El gran problema que hubo acá es cómo se encuentran en esta relación el mundo Oriente y Occidente. Porque yo no tengo cabida, y en esto es en lo que tenemos que trabajar todos".

"Instalarme yo en Jordania era complicado hasta a nivel legal. Es algo que me costó mucho tratar de explicarlo en Argentina. Es imposible, para yo poder residir necesitaba un permiso de él y de su familia".

Haberse ido a vivir a Jordania "no era una decisión mía, yo necesitaba tener el permiso del padre de mis hijos y de toda su familia. No pasaba por si yo quería o no quería. De hecho mi abogado me dijo: 'Si te tengo que atar a una silla te tendré que atar porque vos no podés poner un pie ahí si no estás con inmunidad diplomática porque después yo no te puedo sacar'".

"En el momento en el que entro a Jordania soy propiedad de él y su familia. Ésta es una realidad. Entonces yo tuve que saber bien cómo eran las reglas para poder estar, dentro del desafío que era la historia, lo mejor parada posible para poder ir liberando un camino y no ir sumando más cosas".

"Estamos pendientes pero no estamos apegados. No sé cómo explicarlo. Tenemos una relación muy maravillosa y va dependiendo según los lugares y los momentos que cada uno va transitando y va necesitando. Por ejemplo con Karim he estado muchos meses con él en la universidad en Suiza, le he enseñado a cocinar, a limpiar, a lavar la ropa. Va dependiendo mucho de esta capacidad de inteligencia emocional de uno poder ir asumiendo lo que la historia de cada chico va pidiéndote de vos en cada momento, porque en mi historia no siempre es igual".

"Con el padre va y viene, ahora estamos en un momento de nada. Los dos ya finalizando los últimos meses de Sharif de su universidad, entonces ya en los próximos meses los tres se enfocan en sus vidas. Cada recibimiento de los chicos, cada graduación fue un proceso para nosotros de mucho crecimiento. Vamos aprendiendo, vamos creciendo los dos en esta dinámica que van comandando los chicos. La relación hoy es buena".

"A mí el perdón no me alivianaba nada. Es esto de redimir. En algún lugar el bien y el mal se encuentran y juntos hacen la vida. Hay algo que todos nosotros tenemos que entender. La vida no es el color de rosas que todos tanto queremos. Cuando yo fui comprendiendo que había que unir, entonces ahí floreció la vida, especialmente de nuestros hijos. Hice un enorme trabajo en mí, porque es el padre. Si yo cada vez que veo a mis hijos estoy odiando al padre, estoy odiando una parte de ellos y además estoy odiando algo que produjo la vida".

"Ellos esto lo llevan con muchísimo dolor. ¿Qué es lo que me animo a hacer este trabajo? Que mis hijos volvieran a recobrar paz y felicidad. Y si eso era tener que hacer todo el trabajo, había que hacerlo. ¿Qué es lo que uno quiere de los hijos? Uno quiere que los hijos estén sanos, sean fuertes, sean plenos, y la plenitud viene si estos dos orígenes que le dieron la vida a ellos están en armonía".

"Y eso no significa que vos no te pelees. O sea lo que hizo, se hizo y eso está. Pero es un trabajo. A mí lo que más me comandó es mirar a mis hijos y decir bueno, qué es lo que yo como madre quiero darles a ellos, y uno lo que quiere es lo mejor para ellos pero no es lo mejor para mí, sino que es lo que ellos necesitan. Y siempre un hijo necesita del papá y de la mamá".

(Fuente Infobae)