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Paradojas de nuestro progresismo

* Por Alejandro Carrió. Antes de acceder a la Corte Suprema, Brandeis era un conocido activista y litigante de causas en las que enfrentó a poderosas corporaciones en busca de cambios en favor de los más necesitados.

En su maravillosa biografía sobre el fallecido Louis Brandeis, uno de los jueces de la Corte Suprema de los Estados Unidos de mayor reputación en la historia de ese país, Melvin Urofsky, se esfuerza por describir las razones por las que, de manera casi unánime, Brandeis merece ser catalogado como el campeón del progresismo de comienzos del siglo XX ( Louis D. Brandeis. A Life ", Panteón Books, New York, 2009).

Antes de acceder a la Corte Suprema, Brandeis era un conocido activista y litigante de causas en las que enfrentó a poderosas corporaciones en busca de cambios en favor de los más necesitados. Abogó por cosas tales como la imposición de límites a las horas de trabajo diarias, condiciones de labor dignas y la prohibición del empleo infantil. La inmensa ficción de que las leyes del "mercado" bastarían para generar los cambios necesarios, sin que sea propio del Estado interferir en las "libres negociaciones" de las partes de una relación laboral, pudo ser pulverizada gracias a las campañas en las que Brandeis se embarcó con singular éxito. Una presentación suya ante la Corte Suprema como litigante, en la que literalmente "tapó" a ese Tribunal con datos irrebatibles sobre las nefastas consecuencias de no fijar topes a las horas de trabajo de la mujer, permanece como un clásico de cómo bregar para que el Estado intervenga a favor de quienes, sin su ayuda, estarán siempre en desventaja frente al peso de las empresas poderosas.

Hoy, estas conquistas del progresismo parecen fuera de discusión y pueden llevar a que se entienda, con intolerable liviandad, que cualquier gobierno que se describa a sí mismo como contrario a las grandes corporaciones o que las enfrente para disminuir su poder se habrá ganado el mote de "progresista", sin importar los métodos que utilice en esta guerra santa o cómo quede distribuido el poder que logre arrebatarle a tales grupos.

La concentración de alto poder económico en pocas manos suele ser, nadie lo duda, fuente de problemas para una sociedad con verdadero espíritu democrático. Justamente las leyes antimonopólicas y las políticas estatales dirigidas a mejorar el acceso a la salud, la educación y la vivienda de los más desprotegidos, o a proteger el medio ambiente, son las herramientas arquetípicamente progresistas que nacieron como una respuesta de comienzos del siglo XX a las consecuencias indeseadas de la revolución industrial.

Pero estas notas del progresismo, para ir de la mano de la noción de "buen gobierno" tan caro al pensamiento de Brandeis, requieren como base imprescindible un sustrato de absoluta transparencia en el manejo de los negocios públicos. Sólo así la sociedad ha de percibir que la interferencia estatal en el natural deseo de las personas de conducir negocios lucrativos debe ceder ante imperativos de bien común, también arquetípicos del credo progresista.

Pero si, en cambio, se tiene la percepción de que los "monopolios" que se combaten terminarán en realidad siendo reemplazados por nuevas concentraciones de poder económico en manos de personas o empresas vinculadas con el gobierno de turno; si existe una creciente confusión entre los conceptos de "Estado", "Gobierno" y "partido político en el poder"; si a la Justicia se la priva de los instrumentos para un funcionamiento verdaderamente independiente -con jueces transitorios o "subrogantes" sin estabilidad, justamente en los fueros que deben vigilar el accionar del Gobierno-; si las instituciones diseñadas para controlar al Estado (Oficina Anticorrupción, Fiscalía de Investigaciones Administrativas y Auditoría General de la Nación) languidecen por falta de eficiencia en su labor o por retaceos en la información que deben proporcionarles las agencias oficiales; si se persigue mediante la coerción y multas a quienes "osan" contradecir los índices oficiales de medición del costo de vida, y si, en suma, se tiene la percepción de que hay demasiado por explicar y entender acerca del manejo de las arcas públicas, con corporaciones y sindicatos próximos al poder que parecen haber quedado fuera de todo control razonable, nuestro progresismo vernáculo habrá hecho en realidad bastante poco para plasmar los ideales de un movimiento digno de otros ejecutores.