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Obreros en la calle vacante

Jorge Asís se vuelca en nueva entrega para analizar la marcha de los gremios: "Vete o no la Ley de Despidos, Macri pierde la pulseada inútil"

Por impericia estructural, el Tercer Gobierno Radical (en adelante el TGR) construye un dilema innecesario.

Si en Diputados se aprueba la Ley de Despidos, y el Presidente Mauricio Macri, El Panameño, comete el error de vetarla, se pondrá prematuramente enfrente de la clase trabajadora. Litigios seguros.

En cambio, si Macri no la veta, en la estampita queda doblado. En mala posición. Con la certeza humillante de haber perdido la pulseada inútil. Pudo haberse evitado.

Consta que la dirigencia sindical se excedió en muestras de excelente voluntad. Hicieron colas para celebrar al Presidente. Se aproximaron, incluso, a la sobreactuación.

Pudo notarse en los gestos de Hugo Moyano, El Charol. En acompañamientos gráficos, sonrisas y ternuras.

Sin embargo el TGR confundió la amabilidad con blandura. Capacidad explícita para el diálogo con mera capitulación.

Mientras tanto se disparaban los precios, se escapaban las tarifas, se abreviaban los atributos consumistas del salario y se producían despidos por doquier.

Lógica del siglo XXI

Téngase en cuenta que se trata de despidos privados.

No son precisamente los despidos de los "ñoquis". Como los que permitieron la insólita competencia interministerial. La instigaba, según nuestras fuentes, el Presidente. Para saber qué ministro se desprendía de más cargosos. Cuestionable ironía.

(Hubo ministros que echaron de más solo para hacer méritos. Hubo otro que se jactaba de haberse desprendido de 1.400 ñoquis, con perfil bajo, sin alardear por los medios).

En la tarjeta postal del macrismo, los representantes sindicales debían quedar, a lo sumo, como partes del decorado.

Renovados aplaudidores dispuestos a gritar "¡Se puede, se puede!".

Conformes con los caramelos de madera que distribuía el poder blanco. Espiritualmente felices porque el ministro de Trabajo mantenía la prosapia de los suyos. Pero purificado por los lineamientos políticos del siglo XXI que impulsa el pensador Jaime, El Equeco, y Marquitos, El Pibe de Oro. En un país de testarudos donde aún cuesta superar el siglo XX.

Méritos del TGR


No obstante, se le debe unánimemente reconocer los méritos al TGR.
Se celebra en bloque la destreza de Alfonso Prat Gay, El Amalito. Eficaz para acabar con la soguita del cepo. O para producir el regreso sin gloria hacia el mercado de los capitales.

Cabe consignar que el demonizado Paul Singer penetró finalmente a la Argentina de manera contranatural. Lo merecía.

Sin embargo bastó el conmovedor abrazo del Amalito con el Caputo Bueno, que no es Nicky, para certificar la alegría nacional por pagar.

Por extirpar, del Veraz mundial, a la Argentina, tan dolorida en su retaguardia.

El default festivo, que celebraron los legisladores de principios de siglo, gracias al TGR, quedaba atrás.

Faltan, en adelante, las fantasmales inversiones. Distan de ser automáticas porque se continúa en estado de observación. En sala intermedia.

Puede llegar antes, según nuestras fuentes, un blanqueo generoso, con garantías. Un verdadero jubileo para los compatriotas que guardan, en diversos canutos, las llaves de la recuperación de la economía devastada que necesita movimientos. A los efectos de rescatar, también, la plata negra del resguardo defensivo, que no sirve para nada. Y transformarla en un valor blanco, ofensivamente concreto. Para comprar una casa o instalar maquinarias o crear una pizzería.

La iniciativa y la calle

Por La Ley de Despidos, que impulsa la oposición, el TGR pierde, sobre todo, la iniciativa (y también, por supuesto, pierde el control de la calle).

Induce a los suyos, para colmo, a ensayar argumentos de defensa que descalifican a quienes pretenden razonablemente resguardar las fuentes de trabajo. Los que se resisten a ser arrastrados por el pragmatismo sin ideas que les impone la receta de la resignación.

Le dicen desde el TGR a los trabajadores que semejante ley, al contrario, los va a perjudicar. Porque desalienta a los dichosos inversores fantasmales que no aparecen, en definitiva, por ninguna parte. Y no precisamente por culpa de los obreros que deciden ocupar la calle vacante, convertida en el escenario de la protesta para las diversas franquicias del peronismo, junto a sectas de la izquierda esclarecida.