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Nace una estrella: Jorge Altamira, mi vecino trotskista

No es como la comedia negra de Bruce Willis, Mi vecino el asesino. No vivís junto a un gánster que traicionó a la mafia de Chicago. Pero sí al lado de un hombre que escribió parte del último medio siglo de la política local. Por Jorge D. Boimvaser.

* Por Jorge D. Boimvaser
info@boimvaser.com.ar

El hombre viene de una época en que la línea que separaba vida y muerte era tan estrecha como una brizna de pasto. Entonces se apelaba a ser llamado con "nombre de guerra". En su partida de nacimiento datada en 1942 figura José Saúl Wermus ("me llamo Saúl, imbécil... no Simón"..le tiró a un periodista oficialista en agosto pasado que se puso celoso con la creciente popularidad adquirida por el más representativo dirigente trotskista de la Argentina).

Para quienes no están familiarizados con la historia de la Revolución Rusa. León Davidovich Bronstein (Trotsky)  fue junto a Lenin el gestor político militar del movimiento que liberó a Rusia de la dominación zarista. Y luego José Stalin la usurpó, fue el Hitler de izquierda que mandó asesinar a Trosky en México en 1940 cuando Davidovich Bronstein estaba escribiendo el final de la biografía stalinista.. Trotsky había creado un movimiento –seguidores en todo el mundo- en base a una prolífica vida literaria cuyo título principal lo dice todo: La Revolución Permanente.

"Una espectadora que no entendía nada y mezclaba todo me dijo al aire que yo era comunista. No me gusta esa comparación. Entonces miré a la cámara fijamente y le respondí: Señora, soy marxista leninista, no me confunda".

Altamira cuenta una de las mil anécdotas que le ocurrieron en los últimos meses desde que la insólita popularidad a la que llegó por la ingeniosa propaganda electoral le valió una suma de votos que salvaron la continuidad legal de su agrupación.

Cruzarlo en la calle de tanto en tanto, contar estas anécdotas de vida, ayudan a pintar de cuerpo entero la figura de este dirigente con aspecto de abuelo bonachón pero digno de la genética violenta que guarda todo trotskista en el fondo de su alma. Nuestra discusión de hace 40 años en la Ciudad Universitaria (¿los partidos revolucionarios deben llegar al poder a través de la lucha armada o por medio de las movilización de masas?)  ya no tiene mucha consistencia hoy día.

En ese entonces el sistema político se asustaba de todos los trotskistas en general, se llamaran Mario Roberto Santucho, Nahuel Moreno o Jorge Altamira.

"¿Sabés que me pasó en enero, en un pueblo del interior? Iba con un grupo de amigos, dos quedamos atrás y de pronto veo un par de policías a mis espaldas. El reflejo de tantos años de represión me hizo levantar la guardia",  cuenta en uno de esos encuentros de diálogos sabrosos, casuales e ilustrativos. Un Altamira en bermudas, zapatillas, remera sin slogan publicitario y siempre libros y papeles en las manos. El hombre nunca lo menciona como atributo, pero maneja cinco idiomas, algo muy poco usual entre la mayoría de los políticos argentinos, que apenas si saben hablar su lengua natal.

Dos policías siguiendo a un dirigente de izquierda era sinónimo casi fatal en otras épocas. Altamira lo relata sorprendido y todavía poco acostumbrando a ese atisbo de popularidad que le brindó la apertura de los medios electrónicos y de difusión cuando siempre le estuvieron vedados. Y la campaña que encabezó Jorge Rial en defensa del Partido Obrero fue decisiva.

Y lo cuenta así: "Cuando vi a los policías nos miramos con mi amigo sorprendidos, pero en seguida uno de los agentes me dijo que estaban cerca nuestro para cuidarnos. Y no solo que me daban la bienvenida al pueblo, el uniformado sacó un papel y una lapicera y me pidió un autógrafo".

Los tiempos están cambiando, escribió Bob Dylan hace medio siglo, y quien no se adapta al cambio permanente queda en el camino inexorablemente.

Así que Altamira  le firmó el autógrafo al policía y hoy lo cuenta con los ojos bien abiertos, sorprendido aún.

Con la  era tecnológica no se lleva tan bien. "Jorge... no te vi en la primera marcha al Obelisco contra la explotación minera en el Famatina..¿qué te pasó..?,  le pregunté cuando comenzaron las movilizaciones contra la minería a cielo abierto.

Y ahí muestra su debilidad: "Es que Christian (Castillo, su compañero de fórmula en el Frente de Izquierda) hizo la convocatoria por las redes sociales, y yo soy lento con la computadora. Me enteré tarde".

En el almacén grande del barrio (los trotskistas no compramos en los hipers) nos cruzamos y de pronto nos dice: "No lleves tal o cual producto que en esa fábrica nos echaron un delegado", casi como una órden que obvio uno obedece, se le reconoce autoridad aunque lo suyo es una sugerencia.

Los vecinos lo miran con curiosidad. Por ahí entra a las corridas Ricardo Mollo a comprar pañales y solo se escucha un susurro entre las abuelas del barrio, pero con Altamira hay una especie de mirada reverencial. Se lo respeta porque se comulgue o no con sus ideas, la honestidad de su trayectoria está fuera de discusión, y aquel fantasma sobre el trotskismo y la vigencia o no de la lucha armada quedó en el pasado.

Paradójicamente,  mientras su figura se hace más popular y su discurso se escucha con más detenimiento,  en el seno de la izquierda local genera cierto recelo en otros dirigentes.

Pero si hay que exponer en actos partidarios o en los encuentros políticos de las universidades, Altamira se calza el discurso de barricada y habla con un conocimiento poco frecuente en los políticos actuales. Y nadie lo iguala cuando toma el micrófono y su voz gruesa se larga a la oratoria.

Se enfervoriza y atrapa al auditorio con un hipnotismo casi de un encantador de serpientes.

Este viejo trotskista al borde de los 70 años  hace honor al axioma que se le atribuye a los chamanes –indios navajos- de los Estados Unidos: La piedra que rueda no junta musgos.