Muertes paralelas y misterio: del caso Onassis al de García Belsunce - Segunda parte
Dos vidas que terminaron en tragedia. Hoy la segunda parte de una historia atrapante escrita por el periodista Jorge Boimvaser.
Por Jorge D. Boimvaser
Si la vida "es un libro de secretos que espera ser abierto" como la definió Deepak Chopra en "El libro de los secretos", la muerte no le va en zaga en eso de los misteriosos senderos que se enfrenta aún después de la muerte.
Cristina Onassis, una mujer que en 1988 poseía una fortuna calculada en 2000 millones de dólares, tuvo que esperar –su cadáver- un buen rato en una habitación de la porteña Clínica del Sol para que se le efectúe la autopsia. Antes que ella, por orden de llegada, estaba el cuerpo yaciente de un mendigo que había muerto en la calle en circunstancias violentas. La multimillonaria Onassis en lista de espera a que se termine con un homeless solo ocurre en la Argentina y en Hollywood.
La pusieron en una habitación y no en la morgue, un procedimiento irregular debido a la descomposición que sufre todo cadáver, y que –obvio- puede dificultar los estudios forenses. Mucho más en el caluroso noviembre de 1988.
María Marta García Belsunce también fue acomodada en su habitación, debidamente maquillada ("parecía como si estuviera dormida", dijo uno de los comisarios declarantes en el juicio) para resguardar a la vista de todos los cinco agujeros de bala que presentaba su cabeza.
El dictamen final del forense fue en el caso de la Onassis "muerte por edema pulmonar". El informe se lo entregaron los médicos forenses al juez porteño Juan Carlos Cardinali y ahí se puso punto final a las especulaciones sobre su fallecimiento. Nadie lo creyó, pero ahí estaba la Justicia dando su veredicto sospechado.
Pero antes hubo en Tortuguitas una secuencia extraña e irregular. Alberto y Marina Dodero (la familia postiza de Cristina Onassis, como la definía la hija del magnate griego) se apresuraron a convocar a dos médicos amigos del clan a que firmaran sin permitirles revisar el cadáver un certificado de defunción (trucho), pero a ciegas, impidiéndoles constatar las causas de la muerte.
Arturo Granadillo Fuentes y Horacio Pueyrredón pasaron por la habitación donde yacía el cuerpo desnudo y se negaron a firmar el acta sin antes constatar las circunstancias del deceso.
En el otro country de Tortuguitas –El Carmel-, cuando el entonces fiscal de Casación Romero Victorica olfateó que algo raro ocurría tras la muerte de María Marta, y le dijo al comisario Degastaldi que investigara el deceso, ya estaba en escena uno de los médicos que se aprestó servicial a complacer a los García Belsunce.
"Pensé, pobre mujer, que manera estúpida de morir", declaró en el juicio el médico amigo de los García Belsunce Juan Ramón Gauvry Gordon. Parecía la confesión de un humorista y no de un médico responsable. Alguien lo comparó con un viejo chiste que contaba el cómico Pepe Biondi en los años 60: "Mi tío murió un día lunes. Qué manera más estúpida de comenzar la semana". Solo que Gauvry Gordon lo declaró –sin humor- en los Tribunales y por esa estupidez reconocida por él mismo fue condenado por encubrimiento.
"Estoy perdido sin mi estupidez" cantan Los Redondos en Tarea Fina. Solo que la estupidez de una lírica musical no condena a nadie y las mentiras de Gauvry Gordon le arruinaron la vida.
El cadáver de Cristina Onassis trasladado de Tortuguitas a la clínica porteña fue un procedimiento irregular. Solo un juez puede permitir mudar un cadáver de una jurisdicción a otra. En este caso no había autorización pero se hizo igual. La actuación judicial quedó con el paso del tiempo en un "archívese" y nadie fue sancionado por ello. Las autoridades de la Clínica del Sol conocen –como cualquier sanatorio- esa diligencia procesal pero lo mismo se atinaron a desobedecerla. ¿A cambio de qué pusieron en riesgo el sanatorio? Otra pregunta sin respuesta (aunque la sospecha es por todos deducibles). Es que al cruzar la Avenida General Paz los responsables de la ambulancia sabían que entraban en el campo delictivo. En última instancia, dirían que trasladan un cuerpo moribundo y no un cadáver.
Un comentario que recibió el juez federal de San Isidro Alberto Piotti, sostenía que en ese sanatorio se podían efectuar procedimientos de limpieza química del cadáver, o sea, borrar huellas de sustancias que pudieran haber provocado la muerte de la millonaria hija de Onassis.
Por esas sospechas fue que intervino Piotti y permitió que horas después el cuerpo de la Onassis fuera embarcado hacia la Isla de Skorpios para su entierro, pero no todo el cuerpo. El juez hizo extraer las vísceras del cadáver para un análisis toxicológico que pudiera determinar si había rastros de drogas o algún fármaco que causara el deceso. Después se dijo que hasta las vísceras habían desaparecido. Ese juzgado federal era muy vulnerable a los robos. Si de su caja de seguridad desaparecían decenas de kilos de cocaína secuestrados en procedimientos policiales, no era extraño que también desaparecieras las vísceras de un cadáver.
También se supo que la noche anterior a su muerte, Cristina Onassis muy nerviosa quiso hablar con su anfitriona Marina Dodero, pero ésta se negó a hacerlo aduciendo cansancio. ¿Qué puso tan nerviosa a la hija de Aristóteles? El secreto de ese estado alterado se lo llevó a la tumba.
Su asistenta privada (ama de llaves) Eleni Syrros confesó que era extraño que Cristina Onassis se hubiera duchado sin antes tomar un café, como era su costumbre de fierro todas las mañanas. Junto a su cuerpo a un costado de la bañera se encontró una botella de Coca Cola, bebida a la que era casi adicta. Pero tomar una gaseosa bajo la ducha parece más un argumento de Benny Hill que de un ser humano.
Otra coincidencia en ambos casos fue que tanto Eleni Syrros como Irene Hurting catorce años más tarde, se encontraban –para usar una frase de Almodóvar-, al borde de un ataque de nervios.
Piotti quiso retener a Eleni Syrros sospechando que la mujer escondía un secreto, pero la presión política que recibió lo hizo desistir del interrogatorio y la dejó salir del país. Nunca más se supo de ella.
En cambio Irene Hurting vive con el sanbenito a flor de labios cada vez que sale a declarar públicamente, y como su hermano Juan (John), cuando habla frente a micrófonos recuerda aquel dicho: No aclares que oscurece.
Muertes paralelas y ámbitos familiares que recuerdan la sentencia literaria con que el conde ruso León Tolstoi inicia la novela de la destrucción espiritual de su heroína moderna, Ana Karenina: "las familias felices son todas iguales, las que no lo son tienen su propia manera de infelicidad".
No fue escrito ni para los Onassis ni para los García Belsunce, pero parece aplicable a ambos casos.
En nuestra próxima entrega, la nueva hipótesis del secreto familiar que ocultan los García Belsunce, una revelación hasta ahora jamás contada.
Y un bonus track: Las posibles causas del ¿crimen? de Cristina Onassis en 1988, y las confesiones de agentes de inteligencia griegos que visitaron la Argentina de aquellos tumultuosos días.