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Midas en la republiqueta minera

*Por Claudio Fantini. Empresas como la Barrick Gold rigen vastos territorios, con autoridades que les protegen los intereses y actúan como socios minoritarios.

"Republiqueta bananera" no es un concepto referido a países ecológicamente dañados por la explotación del plátano y otras frutas tropicales. Se refiere al poder que compañías como United Fruit tuvieron en los países centroamericanos y caribeños donde instalaron economías de escala.

Esa empresa, creada a fines del siglo 19 y con sede en Nueva Orleans, Estados Unidos, fue el poder detrás del trono de gobernantes serviles. Surgida a partir del tren que llegaba hasta Costa Rica, United Fruit impuso sus propias reglas y leyes dentro de los territorios que controló en Cuba, Honduras, Guatemala, Nicaragua y otros países del área.

Los gerentes de la multinacional bananera daban órdenes a legisladores, ministros y presidentes. Convertida en Estado dentro de otros estados, manejaba la policía para reprimir huelgas, ante el silencio de los jueces y mandatarios. Y si alguno se revelaba, como el guatemalteco Jacobo Arbenz en la década de 1950, lo tumbaba con los servicios de inteligencia estadounidenses (CIA) y listo.

Demasiado grande. La Argentina muestra signos de "republiqueta minera". Ciertas señales remiten a los países bananeros cuyas leyes no imperaban en los espacios de las economías de escala y donde los gobiernos actuaban como subgerencias.

Al menos eso sugieren las vastas extensiones territoriales controladas por multinacionales de la minería sin someterse, al parecer, a las estrictas regulaciones y controles que caracterizan a esta riesgosa actividad en las democracias más institucionalizadas.

Contra las protestas de los pueblos que temen perder el agua que siempre bebieron y las montañas que siempre los rodearon, embisten matones y grupos de choque protegidos por las policías provinciales.

Cuando esos campesinos pobres ejercen la modalidad que otros piqueteros se hartaron de utilizar –los cortes de caminos–, son brutalmente reprimidos por la policía de gobernadores kirchneristas, mientras en la Casa Rosada ya nadie habla de "no criminalizar la protesta".

En los territorios donde imperan, las compañías mineras tienen sus propias fuerzas de defensa, que actúan como primera línea de combate, con las policías provinciales cuidándoles la retaguardia. Jueces y fiscales miran para otro lado, mientras lo que debiera debatirse en el Congreso sólo se debate en los medios de comunicación críticos.

La paralización política que al respecto muestra un gobierno que se precia de haber reinstalado la política, parece confirmar que esas multinacionales son lo que denuncia el concepto inglés " too big to fall ": demasiado grande para caer.

En síntesis, da la razón a Miguel Bonasso, cuyo libro El mal sostiene que el kirchnerismo se pelea con algunas corporaciones para tapar sus turbios vínculos con las corporaciones mineras.

No se trata aquí de afirmar de modo categórico que la minería a cielo abierto produce la devastación ambiental que denuncian muchos ecologistas y políticos, sino de señalar lo evidente: empresas como la Barrick Gold rigen vastos territorios, con autoridades que les protegen los intereses y actúan como socios minoritarios.

Riqueza empobrecedora. Posiblemente, la razón no radica totalmente en alguna de las veredas enfrentadas. Existe un fundamentalismo ecológico que actúa como lobby antiminería. Pero no es mayoritario en la vereda de los cuestionadores.

La crítica más creíble está desnudando la falta de regulaciones y controles sobre una de las actividades que más controles y regulaciones requiere. Sospechoso, tratándose de un gobierno particularmente controlador y regulador.

Ese gobierno, a través del mismo periodismo estatal y paraestatal que acusaba a Tabaré Vázquez de buscar el desarrollo de Uruguay con la "contaminante" industria papelera, explica que la minería a cielo abierto traerá desarrollo y prosperidad en provincias pobres, sin afectar el medio ambiente.

Lo primero es posible; lo segundo, no tanto, sobre todo por la falta de regulaciones y controles sobre esos verdaderos enclaves territoriales regidos por las multinacionales del oro. Por eso, la Argentina de estos días parece mostrar a Midas en la republiqueta minera.

Color oro. En la historia, Midas fue un rey de Asia Menor que logró en sus dominios un esplendor efímero y terminó convertido en un vasallo del poderoso sumerio Sargón II. En la mitología griega, fue el ambicioso monarca que rogó al dios Baco poder convertir en oro todo lo que tocaba, para de ese modo acrecentar su poder y sus riquezas.

Pero cuando obtuvo el don, estuvo a punto de morir de hambre y sed porque también los frutos que intentaba comer y el agua que procuraba beber se volvían oro al tomar contacto con sus manos y sus labios.

Es la legendaria paradoja de la riqueza inservible. Inmensamente rico por el oro, moriría de hambre y de sed por culpa de esa riqueza. El mismo oro que lo hacía poderoso, también lo debilitaba hasta la inanición. Por eso salvó su vida renunciando a tal poderío.

En la Argentina hay represión. Lo confirma la Policía Federal cuando reprime en Buenos Aires a ex conscriptos que intentaban sacar provecho indebido de la guerra de Malvinas, y también las brutales embestidas contra quienes temen por su agua y sus montañas en Andalgalá y Famatina. Aunque, allí, las policías de gobiernos kirchneristas parecen recibir órdenes desde las gerencias de las multinacionales que, probablemente, generarán riqueza con el oro.

Pero si en lugar de Estado soberano hay republiqueta minera, esa riqueza se parecerá a la del rey Midas.