Los países sin trenes
*Por Dr. Raúl de la Torre. Tema éste que me desvela desde hace varios años, sobre todo si lo referimos a nuestro país.
(*) Abogado, escritor, compositor, intérprete
Es lo suficientemente importante (y grave) como para descartarlo de la agenda estratégica del mundo, y el mundo lo ha entendido así, salvo escasos países que no le han dado la debida importancia, por diversas (y jamás justificadas) razones.
Un país con deficiente o escaso servicio de trenes es un sitio inhabitable por la congestión que establece o la inseguridad que consagra, ante la creciente y acelerada proliferación de automóviles, camiones y colectivos. Deseo transmitir una experiencia vivida en España, que nos coloca casi dramáticamente en la médula del problema.
Algo que me maravilló fue la muy razonable cantidad de automóviles y colectivos que transitan por Madrid, ciudad de más de cinco millones de habitantes, donde este transporte no es complicante. Se trata de una ciudad habitable, no aglomerada, plena de peatonales que -incluso- pueden ser abordadas por algunos automóviles, lo que los conductores hacen con sumo cuidado y educación, conviviendo con dichas arterias de paseo de la gente. Luego descubro que el secreto es que en su subsuelo transitan enormes kilómetros de transporte subterráneo, 320 km. de red y 685 millones de viajeros en 2008 para Madrid, seguida por Barcelona, 123 km. y 405 millones de viajeros en 2009.
A ello se unen los servicios de Alta Velocidad Española (AVE), que reducen a la mitad el tiempo de desplazamiento en auto, descongestionando las rutas y alcanzando de 180 a más de 250 km/h. La velocidad máxima comercial de sus trenes es de 300 km/h y su velocidad punta es de 356,8 km/h.
La red de metro está disponible en seis ciudades: Barcelona, Bilbao, Madrid, Palma de Mallorca, Sevilla y Valencia , y está en construcción avanzada en Alicante, Málaga y Granada, y planificada para Santander. En Zaragoza existe red de tranvía. A ello sumemos la extraordinaria red de trenes de carga, de 10 a 15 vagones cada uno, que disminuye la proliferación de camiones en la ruta, colaborando con su seguridad.
España, toda Europa y los países emergentes no han descuidado los trenes, convencidos de su bondad. En esa línea estratégica, han hecho inversiones básicas en cosas que realmente vale la pena. Esa estructura física y económica esencial, que se integra con otros servicios generales de excelencia, seguramente disimulará y luego despejará más o menos rápidamente los efectos (transitorios) de su actual crisis económico financiera. Si a ello sumamos que Europa disfruta de una inflación anual que ronda el 2% al 2,5% desde hace muchos años, o sea -al fin y al cabo- una base económica sostenible y sana, (recordemos que nuestro país es el tercero en el mundo en inflación), no podemos menos que concluir que, circunstancias eventuales aparte, Europa no ha de sucumbir y seguirá siendo uno de los faros del mundo que no podemos dejar de mirar.
Es lo suficientemente importante (y grave) como para descartarlo de la agenda estratégica del mundo, y el mundo lo ha entendido así, salvo escasos países que no le han dado la debida importancia, por diversas (y jamás justificadas) razones.
Un país con deficiente o escaso servicio de trenes es un sitio inhabitable por la congestión que establece o la inseguridad que consagra, ante la creciente y acelerada proliferación de automóviles, camiones y colectivos. Deseo transmitir una experiencia vivida en España, que nos coloca casi dramáticamente en la médula del problema.
Algo que me maravilló fue la muy razonable cantidad de automóviles y colectivos que transitan por Madrid, ciudad de más de cinco millones de habitantes, donde este transporte no es complicante. Se trata de una ciudad habitable, no aglomerada, plena de peatonales que -incluso- pueden ser abordadas por algunos automóviles, lo que los conductores hacen con sumo cuidado y educación, conviviendo con dichas arterias de paseo de la gente. Luego descubro que el secreto es que en su subsuelo transitan enormes kilómetros de transporte subterráneo, 320 km. de red y 685 millones de viajeros en 2008 para Madrid, seguida por Barcelona, 123 km. y 405 millones de viajeros en 2009.
A ello se unen los servicios de Alta Velocidad Española (AVE), que reducen a la mitad el tiempo de desplazamiento en auto, descongestionando las rutas y alcanzando de 180 a más de 250 km/h. La velocidad máxima comercial de sus trenes es de 300 km/h y su velocidad punta es de 356,8 km/h.
La red de metro está disponible en seis ciudades: Barcelona, Bilbao, Madrid, Palma de Mallorca, Sevilla y Valencia , y está en construcción avanzada en Alicante, Málaga y Granada, y planificada para Santander. En Zaragoza existe red de tranvía. A ello sumemos la extraordinaria red de trenes de carga, de 10 a 15 vagones cada uno, que disminuye la proliferación de camiones en la ruta, colaborando con su seguridad.
España, toda Europa y los países emergentes no han descuidado los trenes, convencidos de su bondad. En esa línea estratégica, han hecho inversiones básicas en cosas que realmente vale la pena. Esa estructura física y económica esencial, que se integra con otros servicios generales de excelencia, seguramente disimulará y luego despejará más o menos rápidamente los efectos (transitorios) de su actual crisis económico financiera. Si a ello sumamos que Europa disfruta de una inflación anual que ronda el 2% al 2,5% desde hace muchos años, o sea -al fin y al cabo- una base económica sostenible y sana, (recordemos que nuestro país es el tercero en el mundo en inflación), no podemos menos que concluir que, circunstancias eventuales aparte, Europa no ha de sucumbir y seguirá siendo uno de los faros del mundo que no podemos dejar de mirar.