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Libia: un elocuente eslabón de la revolución árabe

*Por Marcelo Cantelmi. El violento final de Muammar Kadafi puede abrir el camino a una alternativa democrática en un país que sólo ha conocido hasta ahora fórmulas absolutistas y saqueos externos.

El violento final de Muammar Kadafi tanto cierra la guerra iniciada en febrero en Libia como consolida el éxito de la revolución y abre el camino ahora para construir una alternativa democrática de la que ha carecido ese país en toda su historia . Esos dos senderos, hacia atrás por lo vivido y hacia adelante por lo que podrá suceder, estarán por un largo tiempo superpuestos. Hay entre ellos otra dimensión en la que conviene detenerse y que es de lo que se trata estas tiranías. Es un ejercicio que la Primavera Arabe aporta como un espejo en el cual conviene mirarse, para observar y prevenir quizá a tiempo desvíos que se extienden en clave absolutista por buena parte del mundo.

Pero volvamos al abismo de la institucionalidad libia. El desafio que viene es el de construir una realidad nueva, en un territorio contaminado por las formas despóticas que han sido el sentido común para el pueblo libio. El primer paso ha sido liberarse de la tiranía, como lo han hecho muchos pueblos, y los latinoamericanos en su momento, cuando cerraron la larga noche de las dictaduras militares, un antecedente asimilable en algunos aspectos a los regímenes del norte de África: aquellos, como éstos, conculcaron las libertades individuales, persiguieron el pensamiento alternativo y mantuvieron las urnas bien guardadas o del todo desaparecidas. La gran diferencia es el antecedente aquí de las luchas civiles y de una República que no se había ido del imaginario ciudadano. En Libia, el debate político ha sido un páramo que ocupaba sólo la figura del dictador y su séquito. Ese pueblo no tiene memoria sobre las formas de organizarse y confrontar pacíficamente.

Jamás hubo partidos, organizaciones juveniles, sindicatos o cualquier forma de representación seria.

Ha habido, sí, una división entre tribus, pero esa es una cuestión que se ha agigantado en la mirada de Occidente y que perderá densidad en cuanto comience el camino de las verdaderas disputas. En ese sentido, la riqueza petrolera de ese país puede ser en estas etapas formadoras tanto una bendición como una desgracia.

Libia tiene una población mínima de 6 millones de habitantes y activos por más de US$ 150 mil millones , con ingresos anuales por su petróleo por encima de los US$ 50 mil millones. La pobreza que acorrala a una gran porción de ese pueblo, junto con un pésimo sistema sanitario y educativo, es el saldo del colosal saqueo a que fue sometido ese país.

Dentro de un déspota casi invariablemente habita un corsario . Esa fortuna más las cuentas multimillonarias de Kadafi que Europa y EE.UU. están liberando al gobierno alternativo, avivan ya las primeras tensiones con vistas a unas elecciones previstas para dentro de 2 años. El comando rebelde -pro-occidental en la ideología y las formas del país futuro que imagina-, integrado por casi medio centenar de dirigentes, parte de ellos ex ministros de la dictadura, se ha comprometido a no presentarse en cargos electivos, pero serán ellos quienes regularán el camino a las urnas . Eso promete un escenario de fuertes disputas, como se ha visto ya en Túnez y en Egipto, las otras dos dictaduras que cayeron desde enero en la constelación árabe. La condición musulmana de Libia, un aspecto homogéneo en la región, explica que las primeras formaciones políticas tengan la impronta islámica, pero no es un pueblo radicalizado, aunque puede caer en ese callejón si vuelve a ser traicionado.

En ese escenario pesará mucho cómo se distribuya aquella fortuna que debería construir a un pueblo extraordinariamente rico.

La democratización no será un sendero fácil pero tampoco de recorrido imposible. La experiencia evoca la de Este europeo, pero en este caso sin el apoyo que los ex comunistas recibieron del norte mundial . Lo conmovedor de la batalla republicana de los árabes es también por la multitud de enemigos que deben vencer no sólo en sus fronteras. Ese amparo a las satrapías absolutas por parte de las capitales occidentales que convirtieron a la democracia y la libertad de estos pueblos en un daño colateral de su estrategia de poder, es un capítulo central que esta revolución ilumina de un modo único.

Pero hay otra mirada importante. Muchos de estos líderes como Kadafi, tienen, es cierto, un origen libertario. Pero eso se agotó apenas andar. El libio, tras derrocar al rey en 1969, prohibió los partidos políticos y anuló las libertades que acompañan la disidencia. Igual hizo Gamal Nasser en Egipto. El presidente de Zimbabwe Robert Mugabe, un hombre culto, admirado por su lucha contra el apartheid en la ex Rhodesia llegó a plantear, ya con 30 años en el poder, el sin sentido por el gasto y el esfuerzo que significaba que hubiera varios partidos en su país.
Con uno alcanza, dijo sin pudores. Partido único y discurso único.
El propio, proclamó.

Estos tiranos de décadas son el extremo grotesco de un pensamiento que acumuló en un mismo nicho gobierno, estado, el partido y sus intereses personales.

En tal estructura una visión opositora crítica, la del otro, deviene inevitablemente en conspiración. La democracia, en cambio, es la suma de ideas diferentes en tensión.
Si hay una sola idea no hace falta, tampoco, la existencia de medios que difundan las otras . Ni partidos alternativos que las cultiven.

Hugo Chávez, admirador cerril de Kadafi, llama no casualmente "escuálidos" a los opositores. Y en Italia, Silvio Berlusconi, que controla a la mayor parte de la prensa, no ha perdido ocasión para devaluar al Parlamento, la Justicia y el periodismo. Son modelos absolutistas. Y el problema del absolutismo siempre comienza y termina siendo la democracia.