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Lecciones de sensatez

*Por Héctor Ciapuscio. Hace un año y medio vino a Buenos Aires, en viaje de proselitismo, el entonces candidato a la presidencia de Uruguay por el Frente Grande José Mujica.

Comentamos entonces su historia política, sus pintorescos rasgos personales y las ideas que venía de expresar para los medios como filosofía de su programa de gobierno. Dijimos que su apariencia física era la de un hombre sencillo y rústico, que su curso de vida era pródigo en comportamientos personalísimos, que había sido dirigente tupamaro, peleado a la dictadura militar y sufrido 15 años de encarcelamiento. Vuelta la democracia se había convertido de agricultor en legislador y ministro de Agricultura. Su candidatura a la presidencia no le había sido fácil, por oposición de correligionarios a quienes sus modos campechanos, su figura de Sancho Panza y sus estilos informales de conversación les resultaban inadecuados para una dignidad tan alta de gobierno. Pero la había logrado a pesar de ello y alcanzando el 70% de los votos en la interna del partido.

Atraídos por su fama de franqueza a toda prueba, aquí lo asediaron los periodistas con preguntas muchas veces intencionadas. Él confirmó esa fama. Por ejemplo, cuando uno le preguntó qué tipo de presidente se imaginaba que iba a ser si era electo, respondió: "Uno que no esté rodeado de alcahuetes, de los que dicen que todo está fenómeno. Voy a escuchar con toda la oreja a los opositores, a los que discrepen con lo que hago y pienso. Óigame, si la democracia existe, la forma que más la representa es la oreja, no la lengua". Ante la requisitoria de cómo pensaba conquistar a los empresarios, contestó: "Con paciencia. A los empresarios los precisamos para que sean empresarios, para que trabajen, para que multipliquen los bienes". ¿Reformar la Constitución? Ni por pienso. Él no iba a gastar pólvora en chimangos, no creía "en el progreso manuscrito". En lo que sí creía era en que había que integrar a la inteligencia y los saberes, los auténticos, porque "lo demás tiene patas cortas". Todo, como se ve, expresado con claridad y franqueza, sin remilgos ni evasivas.

Igual habla ahora, a más de un año de ejercicio presidencial, tiempo en que viene cumpliendo lo que entonces prometía. En su edición del 17 de abril "El País" de Madrid publicó, bajo el título "Yo no miro para atrás, pero no puedo imponer a los ciudadanos mi manera de ser", un reportaje a Mujica centrado en un problema que en estos días enfrenta y al que se refiere ese titular. Se trata de la decisión del Senado (con mayoría de su propio partido) de dejar sin efecto la vigente ley de Caducidad que les ha permitido a los militares incursos en delitos cometidos durante la dictadura (1973-1985) quedar a salvo de procesos. Él, que peleó a los dictadores y sufrió de ellos larga cárcel, declara que no está de acuerdo con la derogación de la amnistía. Pero, si es acordada finalmente en Diputados, no vetará la ley, porque hay que respetar al Congreso. El Parlamento tiene una enormidad de defectos, pero es el poder más representativo que existe en un país y por eso, dice, el Ejecutivo no debe enmendarle la plana, lo debe respetar, le guste o no lo que decida. Mujica está convencido de que los partidos políticos, esenciales en la democracia, deben ser cuidados; sin ellos no se puede avanzar en armonía. Su gran propósito es consolidar la unión nacional y le entusiasma que la oposición esté participando como nunca.

¿Izquierda o derecha? Ambas son viejas como el hombre, éste tiene una cara conservadora y otra de cambio. Ambos extremos tienen sus virtudes y sus defectos. La cara conservadora lleva razón porque no se puede estar cambiando todos los días, pero tiene el defecto de su tendencia a hacerse crónica y cerril, a hacerse reaccionaria. La cara de izquierda, cuando se hace extremista se hace infantil. El partido lo resuelven los del centro, que son la mayoría. Hay que aprender también del centro, de esa gente que muchos jóvenes acostumbran a despreciar como pequeños burgueses y sin embargo, cuando uno madura en sus criterios, aprecia como lo que une, como una insubstituible argamasa social. Si un gobierno va demasiado apurado pierde ese centro, se queda solo.

Al mandatario uruguayo (oriental se decía antes, cuando éramos más hermanos) le preocupa obsesivamente la educación. Esto ha sido tradicional en los gobernantes democráticos desde el primer batllismo de principios del siglo XX y es por ello que el Uruguay tiene la tasa más alta de alfabetización de Latinoamérica y un nivel del secundario como clave cultural distintiva en la región. También es consecuencia de eso que ostenta uno de los mayores índices de desarrollo humano según el PNUD y que "The Economist" lo coloca, al lado de Costa Rica, como la democracia más completa de Sudamérica. En su diálogo con el diario español, Mujica manifestó varias veces su apuro en tener buenas universidades a fin de multiplicar la riqueza y elevar la cultura. (Ya había dicho en aquella visita al país anterior a su elección una frase de las suyas en esa misma dirección: "La materia prima fundamental es el balero").

Hay mucho más, muchas ideas claras en la nota de este gobernante que no tiene facha de estadista pero sí ideas propias de uno que lo sea. La foto de "El País" muestra a Pepe Mujica en su chacra, en mangas de camisa, con bombachas y alpargatas, llevando entre sus brazos de 76 años un gran manojo de plantas recién cortadas. En otra foto se ve la casita de 45 metros edificados y la puerta abierta del galpón donde asoma un Volkswagen chiquito de modelo antiguo. ¿Qué o a quién nos evoca este chacarero lleno de sensatez que es presidente de un Uruguay republicano que envidiamos? Quizá, lejos en el tiempo, el espacio y la fama, a la imagen de aquel héroe romano de la historia clásica que volvió del poder y el triunfo en la guerra y se inclinó otra vez, sin pedir nada, a su arado y sus bueyes.