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La crisis política mundial

*Por Daniel Muchnik. La crisis mundial no se reduce a las cuestiones económicas que siguen sin resolverse, también tiene una dimensión política preocupante.

Por una parte basta comprobar la inmovilidad del presidente Barack Obama, prisionero de un Parlamento que muestra el tironeo enloquecido de dos partidos históricos. Obama avanza muy lastimosamente en el cumplimiento de sus promesas electorales.

Atado, condicionado, presionado por los legisladores, por declaraciones de algunos jefes militares, y por afirmaciones de tono racista se reducen las chances para una reelección. Eso no es todo. De pronto, nada ni nadie pudo frenar una noticia (la rebaja de la calificación de la deuda gala) que hizo hundir las bolsas europeas y a los bancos franceses y españoles. Que el presidente Nicolás Sarkozy saliera a tranquilizar empeoró todo. Sarkozy no es creíble.

Las encuestas en España sugieren que al 40 por ciento de los afiliados al Partido Socialista todavía en el gobierno de la península no se oponen a que el Partido Popular se haga cargo del poder en las muy próximas elecciones. Se están abrazando al enemigo después de comprobar que parte de la negra encrucijada que vive el país se debe a la persistente negación de la realidad por parte de José Luis Rodríguez Zapatero, cuando se veía venir el estallido de la burbuja inmobiliaria y se evidenciaban los dilemas recesivos.

Los “indignados” ganan las plazas y las rutas de España y hasta preparan una movida en países vecinos. La socialdemocracia griega no le queda otro camino que aceptar un tremendo ajuste y aplastar la rebelión popular, sabiendo incluso que no tiene chances de devolver los préstamos y un default espera a la vuelta de la esquina. En Europa resurge cada día más el nacionalismo y la xenofobia y, salvo Alemania, el continente cruje.

El clima se parece a los años veinte y el sofocón económico no hace más que agravar las perspectivas en el terreno de las propuestas políticas.

En este cuadro que se manifiesta en el ombligo del mundo habrá que sumar la extrema violencia desatada en varias ciudades de Gran Bretaña. Hordas de jóvenes portando machetes, cuchillos y bombas incendiarias nos recuerdan escenas de La Naranja Mecánica” y Blade Runner, películas que fueron mostrando descarnadamente la destrucción impune.

Todo sugiere, como lo ocurrido en los suburbios de París en 2005, que son los excluidos del mundo del consumo y del trabajo, revelados contra el sistema y las injusticias policiales. David Cameron, el primer ministro conservador, que retornó rápidamente de unas vacaciones en la idílica Toscana, desplegó 16.000 hombres para reprimir. Cameron sólo ganó víctimas: se registraron más de 100 policías con heridas comprometidas. Su Plan de Austeridad no fue digerido por grandes sectores de la sociedad inglesa. Ahora está muy condicionado políticamente.

La juventud también ganó la calle, de distintas maneras, en Santiago de Chile y en Israel.
En el país andino, el conflicto con alto grado de violencia, gira en torno de la falta de chances futuras para esta generación, que ve coartada su educación por los altísimos costos. Sin duda los respaldan sus padres porque la popularidad del presidente Sebastián Piñera ha descendido bruscamente al 25 por ciento.

En Israel sucedió lo imprevisible: 250.000 manifestantes, jóvenes respaldados por adultos y militantes políticos ocuparon el centro de Tel Aviv y de Jerusalén el fin de semana pasado cuestionando los altos precios de las viviendas, el deterioro de la educación, el descuido de la salud pública, el fin de un Estado nacido en 1948 con el propósito de ser esencialmente benefactor. Herido políticamente, el Primer Ministro Benjamín Netanyahu prometió un inmediato plan, a través del cual desea rehabilitarse. Muy difícil que lo logre.