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Felicidad bruta interna en Córdoba

*Por Leandro D. Dionisio y Darío Gigena Parker. Resulta difícil imaginarse un país cuyo índice de felicidad del pueblo sea más importante que el producto interno bruto (PIB) o el riesgo país.

Creemos que la buena situación económica actual, en los hechos, no ha traído más felicidad a los cordobeses.

La supuesta seguridad de poseer reservas económicas o el acceso a bienes de consumo trae un estado de alivio que es temporario. Estas pautas culturales occidentales configuran la triste realidad de las gratificaciones del consumo. Consumo que, por definición, produce tolerancia. Vale decir que con la misma cantidad de una droga (o de bienes de consumo) se logran cada vez menos efectos placenteros.

El concepto de felicidad nacional bruta (FNB) fue acuñado por el rey de Bután en 1972 como respuesta a la crítica general de los países desarrollados por la situación económica de su país. Este personaje aseguraba que la felicidad en su pueblo se relacionaba más con su desarrollo espiritual que material. En su país, el budismo propaga ideales diferentes a la tradicional visión desarrollista y expansiva de occidente. El resultado es que este pequeño país del Himalaya mantiene durante décadas el primer puesto de felicidad del planeta.

Estudios recientes han convalidado esta hipótesis ( The happy planet index , 2009). Aunque a escala global esto puede ser muy variable y discutible, hay un consenso de que no siempre coincide el progreso económico con los indicadores de felicidad. Tal es el caso de algunas ciudades de China que son igualmente "felices" que la canadiense Montreal, por ejemplo, con la abismal diferencia de recursos materiales que pueden poseer los habitantes de estas ciudades.

Estado de alienación. La Argentina, cuyo PIB está tercero en el ranking de América latina, se halla en el puesto 54 del ranking de felicidad nacional bruta mundial.

Como profesionales de la salud mental, tenemos contacto cotidiano con las personas que expresan su infelicidad. Por ello, podemos expresar algunas reflexiones en este sentido, al tomar en cuenta nuestra realidad actual.

Por un lado, nuestras ciudades están repletas de automóviles y motocicletas, lo que conspira seriamente contra el intercambio social, una fuente vital, según nuestra hipótesis, de felicidad no material. Podemos construir más autopistas, calles, circunvalaciones, pero eso no mejorará necesariamente la alienación que las personas viven en sus vehículos, sin percibir al otro como un semejante, amén de perder lo gratificante del encuentro físico humano del que carecemos en este medio ambiente.

En contraste con el reciente crecimiento de la infraestructura del sector privado en Córdoba, vemos un retroceso en espacios públicos seguros, agradables y acogedores. Salvo por algunas valiosas obras recientes, Córdoba todavía no tiene amplios espacios públicos interconectados.

Algo tan simple como incorporar ciclovías en toda la ciudad puede contribuir a una mayor salud física y mental, intercambio social, menos calentamiento (nota reciente en La Voz : hay 6 grados más de temperatura en el centro que en las afueras), menos contaminación ambiental y sonora. ¿Algo tan simple puede contribuir a la felicidad? Podemos afirmar que, como mínimo, disminuirá el malestar entre los conductores y las desgracias que suceden a diario.

En Bélgica, un intendente decidió peatonalizar sólo dos cuadras, pero en múltiples puntos de la ciudad. Al principio, por supuesto, los vecinos protestaban por temor a que la falta de circulación vehicular arruinara sus negocios. Sin embargo, con el tiempo la gente acudió en mayor número. Dado las comodidades y el acceso, esas cuadras empezaron a poblarse de negocios que ponían las mesas en sus veredas y las personas habitaron el lugar. Muchos se mudaron cerca y esas zonas se convirtieron en más seguras. Un espacio que está habitado durante todo el día y toda la noche se torna más seguro.

Lugares más vivibles. Una ciudad es segura cuando un niño puede jugar en la vereda, así como el río está limpio cuando hay truchas. ¿Quién podría dudar de que, recreando espacios de estas características, contribuiríamos con la felicidad de los ciudadanos? ¿Será posible esto en Córdoba?

Los promocionados barrios cerrados son la antítesis. Los adultos acudiendo en masa a trabajar en vehículos, con destino a locaciones laborales cada vez más alejadas.

Ello desencadena más estrés, embotellamientos, alienación, contaminación. Los hogares quedan desérticos, con hijos poco supervisados, expuestos a los riesgos de esta soledad. De noche, sus lugares de trabajo quedan igualmente desérticos, con el riesgo que esto entraña en términos de seguridad.

También los mayores índices de abuso de drogas en adolescentes se dan por estos factores. En la ciudad autónoma de Buenos Aires, los habitantes deben viajar horas para hallar un espacio natural. En Córdoba, durante mucho tiempo nos jactábamos de que en minutos teníamos las sierras.

Lamentablemente, esto se está acabando. Estamos ocupando los espacios naturales sin cuidado y con pasmosa rapidez. Los bosques nativos desaparecen. Otra vez, la infelicidad de la mano del diseño urbano de nuestras ciudades, tanto de la capital provincial como de ciudades del interior.

Nuestra opinión es que si no se tienen en cuenta estos aspectos cruciales en la calidad de vida de los ciudadanos, las gestiones la malograrán aun más lo que está.

Por ello, consideramos imprescindible que las áreas de salud mental tanto provinciales, municipales como de la sociedad en general, intervengan de manera activa en el diseño de las políticas públicas orientadas al bienestar ciudadano.

En los albores de la democracia, desde nuestro lugar, pudimos ser testigos de una época de renovación, optimismo y felicidad plasmada en prácticas concretas de desmanicomialización, sin resignar los avances científicos de la mano de muchos colegas pioneros.

Esperamos con marcado optimismo que estos nuevos tiempos traigan consigo una renovación en la cultura institucional y ciudadana orientada a la "felicidad bruta interna" de Córdoba.