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El referendo griego

Al primer ministro de Grecia, Giorgos Papandreou, se le ocurrió darles a sus compatriotas la oportunidad de votar a favor o en contra del acuerdo con los demás países de la Eurozona a cambio de un paquete de ayuda financiera fabulosa.

Desde el punto de vista de Angela Merkel, Nicolas Sarkozy y muchos otros dirigentes, fue francamente intolerable que Papandreou pensara en dejar en manos del electorado una decisión de tanta importancia, pero dadas las circunstancias la decisión del mandatario griego –la que aceptó revisar bajo la presión de otros integrantes del gobierno– pudo entenderse.

Además de necesitar conseguir el apoyo popular al programa económico que ha pactado con los socios europeos ya que, bien que mal, Grecia es una democracia, no una dictadura, esperaba obligar a la oposición conservadora a adoptar una actitud un tanto más responsable ante la crisis profunda en la que se ha hundido su país; aunque el déficit fiscal gigantesco fue obra del partido Nueva Democracia que, cuando estaba en el poder, engañó a todos falsificando las estadísticas económicas nacionales, sus integrantes están procurando aprovechar políticamente el desastre que ellos mismos provocaron al insistir en que Grecia debería seguir en la Eurozona mientras critican con ferocidad las medidas de austeridad destinadas a asegurar su permanencia.

Aun cuando el gobierno, encabezado por Papandreou o por otro político, consiga convencer a la mayoría de los griegos de que le convendría más cumplir con las condiciones impuestas por Alemania, Francia y el FMI, para entonces realizar un esfuerzo auténtico para hacerlo, ello no significaría el fin de los problemas de los países periféricos de la Eurozona. A menos que se reanude el crecimiento macroeconómico en los años próximos, lo que en el caso de Grecia parece poco probable, todos los sacrificios resultarán vanos. Puede que para los alemanes y franceses, –los que, como es natural, están tan preocupados por el impacto en los bancos locales que por las consecuencias para millones de personas del ajuste draconiano que, pase lo que pasare, Grecia tendrá que sufrir– la prioridad consista en salvar el euro, pero para los griegos mismos el futuro de su país ha de considerarse más importante que el de la moneda común. Mal que les pese a sus socios, no pueden subordinar Grecia a los intereses de la banca alemana o francesa.

Los dirigentes de la Unión Europea están tratando de amedrentar a los griegos diciéndoles que, negarse a aceptar las condiciones impuestas por Merkel y Sarkozy, les traería consecuencias realmente catastróficas, peores aún que las que les supondrían los años de ajustes dolorosos que les aguardan. Con todo, aunque no cabe duda de que en el corto plazo sería traumática la eventual salida de Grecia de la Eurozona, a la larga podría ser la alternativa menos mala, ya que una vez restaurado cierto orden, el país podría adaptarse a su nueva situación sin verse tratado como una virtual colonia de Alemania, una humillación que con toda seguridad provocaría una reacción nacionalista muy fuerte y, tal vez, violenta.

Asimismo, en el caso de que el ejemplo de Grecia contagiara a otros países, como Portugal, España, Irlanda e Italia, que también están en graves apuros financieros, de tal manera llevando a la ruptura definitiva de la Eurozona, lo que para muchos sería una calamidad por lo menos serviría para brindar a los líderes de la UE una oportunidad para adoptar una estrategia un tanto más realista que la elegida por quienes se las arreglaron para convencerse de que sería posible que 17 países soberanos, de culturas económicas y nivel de desarrollo muy distintos, compartieran una sola moneda sin que desde el vamos fuera necesaria una unión fiscal. Desgraciadamente para los artífices de la Eurozona, el esquema que idearon nunca fue realista. Tampoco lo es esperar que los griegos y otros se inmolen voluntariamente para aliviar los problemas del resto de Europa.