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El partido único

* Por José Natanson. Las elecciones primarias confirmaron que en la Argentina prevalece un solo partido de proyección nacional. Los orígenes del peronismo y las causas de su fuerza arrasadora.

Desde la instalación de la democracia de masas como el modelo de organización política predominante, los partidos se convirtieron en los vehículos a través de los cuales la sociedad elabora sus preferencias, establece prioridades, designa a quienes las llevarán adelante y, en fin, define su futuro.

¿Cómo nace un partido? Más o menos como una persona: a través de la fricción. Los partidos nacen cuando sectores sociales significativos, clases o ideologías entran en tensión unas con otras y dan forma a lo que los politólogos, esos poetas contemporáneos, llaman "clivajes", líneas de ruptura a partir de las cuales se organiza la competencia electoral, que luego se traducen cuantitativamente en cantidades de votos.

La fractura a partir de la cual nació el peronismo es social. En el inicio de la pos guerra, con una Argentina que iniciaba un camino de prosperidad económica gracias al auge de los precios de los alimentos, centenares de miles de personas se trasladaban desde los empobrecidos interiores a las grandes ciudades en busca de nuevas oportunidades de empleo. Un coronel prácticamente desconocido, Juan Domingo Perón, detectó que allí estaba la clave para construir un gigantesco capital político y desde una oscura Secretaría del gobierno militar, la de Trabajo y Previsión, comenzó a desplegar una serie de medidas que hoy pueden sonar naturales pero que en ese momento eran una revolución: aguinaldo, vacaciones, seguro de salud. Un par de años después Perón era elegido presidente.

A partir de aquel momento el peronismo dominó la política argentina, aunque está lejos de ser el único partido. De hecho, desde la recuperación de la democracia en 1983 fueron elegidos dos presidentes radicales, ninguno de los cuales logró terminar a tiempo su mandato, y surgieron todo tipo de terceras fuerzas, desde partidos nacionales de enorme proyección, como el PI, la UCD y el Frepaso, a provinciales, como el superviviente Movimiento Popular Neuquino o el PRO de Mauricio Macri. Pero se trata en todos los casos de fuerzas que nacen y mueren cada tantos años o que estiran su vida útil a décadas pero confinadas a un distrito, como si cruzar la General Paz o el Río Negro las fulminara al instante. La única excepción es el radicalismo: cincuenta años más viejo que el peronismo, el partido de Yrigoyen ha sabido conservar cierto peso territorial en provincias y municipios y se mantiene, dificultosamente, como la segunda fuerza legislativa.

Los resultados de las primarias simultáneas, abiertas y obligatorias (PASO) de agosto confirmaron el peso desequilibrante del peronismo. En efecto, el oficialismo se impuso en todos los distritos menos uno (San Luis), en algunos casos con porcentajes de votos soviéticos (8o por ciento en Santiago del Estero, 70 por ciento en Formosa), con victorias amplias en zonas clave (65 por ciento en La Matanza) y triunfos menos contundentes pero igualmente destacables en distritos que hasta hace poco tiempo le daban la espalda (toda la zona sojera, por ejemplo, o ciudades emblemáticas como Chascomús y Gualeguaychú). Una victoria amplia que cobra más importancia ante el escuálido resultado obtenido por las fuerzas opositoras.

El peronismo se consolida así como una fuerza omnímoda y desequilibrante, como el único capaz de ofrecer a la sociedad no ya un plan económico, un candidato potable, un buen spot, sino lo más difícil de garantizar en la Argentina: una ecuación de gobernabilidad verosímil. Por eso, más que por cualquier otra cosa, el peronismo se perfila como (casi casi) la única opción. Si, como todo indica, los resultados de las PASO se repiten en octubre, estaremos al filo de un sistema de partidos que, según la clásica tipología de Sartori, definiríamos como "predominante", o sea  uno en el que la oposición compite y hasta puede ganar... casi nunca.