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El enigmático clon de Luis Miguel

* Por Gloria Ziegler. "Una noche yo fui Luismi", jura el imitador. Aunque el representante del cantante lo desmintió, él asegura que una vez lo reemplazó en el escenario cuando la estrella se quedó sin voz. El oficio de despistar a las fanáticas.

Nota extraída de la revista " El Guardián"

Andrés Rey sustituyó a Luis Miguel en uno de sus conciertos en la Argentina. El sábado 13 de noviembre de 2010 el mexicano daría su primer show en San Luis, pero algo salió mal y el doble argentino cantó en su lugar durante tres cuartos de hora.

-Durante el recital falló el sonido y Luis Miguel salió del escenario con un ataque de nervios -cuenta Jaime Kass, el representante de Andrés Rey para Latinoamérica, un año después en su oficina del barrio porteño de Once.

-Bajó furioso y se fue con dos guardaespaldas para el hotel y no volvió más -contará Andrés Rey días después, mientras conduce rumbo a uno de sus shows.

Los productores del recital, dice esta primera versión, estaban desesperados. El show tenía un costo millonario, el mexicano había cantado durante poco más de media hora y afuera unas 18 mil personas esperaban que volviera al escenario. Ya era tarde para suspender el recital. El show les había costado unos 700 mil dólares, según estimaban los medios locales, y ellos no podían perder ese dinero. Pero Luis Miguel ya se había ido y no pensaba regresar.

Entonces, uno de ellos vio a Andrés Rey: un hombre igual. Igual. La misma mirada, los mismos dientes, los mismos gestos, el mismo bronceado excesivo.

Andrés Urrustarazu, el verdadero nombre del doble argentino, había llegado junto con el equipo de seguridad de Luis Miguel.

Lo habían contratado para trabajar en el despiste de la prensa y las fanáticas, tal como había hecho cada vez que Luis Miguel había visitado el país durante los últimos catorce años. Pero aquella noche, un productor desesperado lo vio como su salvador.

-¿Te animás a salir a cerrar el show? -dice Urrustarazu que le preguntó.
-Sí, por supuesto -le contestó él.

Había respondido sin pensar, pero lo cierto es que -conforme avanzaba hacia el escenario- empezó a sentir miedo. Terror. Le daba pánico cantar mal y que lo descubrieran.
Había mucha gente y se podían dar cuenta de que él no era el verdadero Luis Miguel. Pero ya había dicho que sí.

No se podía arrepentir ahora. Cerraba los ojos y veía al mexicano moverse arriba del escenario, las mismas imágenes que había estudiado tantas veces para imitarlo.

Afuera, en las últimas filas del estadio provincial "Juan Gilberto Funes", muy lejos del escenario, estaban los periodistas que habían llegado para cubrir el show.

-Algo raro pasaba -cuenta uno de ellos-.
Habían regalado más de 1500 entradas porque no se habían vendido todas las localidades y a último momento abrieron las puertas del estadio para que la gente entrara gratis, pero a nosotros nos mandaron al fondo.

Los camarógrafos sólo pudieron filmar la apertura del show. Cuando empezaron los desperfectos técnicos los empleados de seguridad les pidieron que dejaran de grabar y los sacaron del sector preferencial.

-Tengo que hacer movimientos cortos para confundirme -se dijo Urrustarazu antes de subir-. Tengo que ser Luis Miguel.

Eso es lo último que pensó antes de salir a escena y empezar con "Ahora te puedes marchar".
-Los que estábamos adelante nos dimos cuenta enseguida de que ése no era Luis Miguel -dice Cecilia Romero Castro, una de las pocas periodistas que logró quedarse en el área vip.
Urrustarazu cantaba sobre una pista de sonido, grabada por el mexicano con los coros, y sólo veía las tres primeras filas de butacas. Más allá, las luces lo enceguecían.

Se tenía que concentrar. Movimientos cortos.

Esa era la clave. Siguió cantando y para el turno de "La chica del bikini" azul ya estaba relajado.
O al menos eso dice la primera versión.

La segunda, en cambio, es bastante más sintética: la da el Fénix Entertainment Group, la empresa que trajo a Luis Miguel a la Argentina, y dice que todo lo anterior es falso.

-Todavía no puedo creerlo -dice Andrés Urrustarazu un año después del recital en San Luis, mientras descansa al final de un show en una fiesta privada. Luego se acomoda la solapa del esmoquin y dice otras cosas: que lo había reemplazado en muchas escapadas fugaces, saludando a las fanáticas desde una ventana del hotel, posando a lo lejos para la prensa. Que no era la primera vez que un doble hacía ese trabajo para un cantante. Y que la diferencia entre él -Andrés Urrustarazu- y el resto de los dobles es justamente eso: lo principal.

-Yo fui Luis Miguel arriba del escenario.
Eso dice.

Y a él eso parece alcanzarle. Desde que el rumor del reemplazo se expandió -y los rumores se expanden pronto- él tiene más trabajo que nunca. Andrés Rey es el doble argentino que tiene sus shows en los desfiles de moda de Punta del Este, el que compartió escenario con Cristian Castro, el que se pasea en un Volvo último modelo, el imitador que empezó a trabajar para el cantante mexicano como la carnada que todos seguían, mientras el verdadero escapaba por el lugar menos pensado. El mismo hombre que -dice- el 13 de noviembre de 2010 se transformó en Luis Miguel. Y hoy ya no parece querer otra vida.

En los últimos años los dobles se multiplicaron -y los tributos también- en toda Latinoamérica. Hoy, la colombiana Grace Guzmán, una imitadora de Christina Aguilera que se presentó en el reality Yo me llamo, es portada de revistas masculinas.

El arequipeño Ramiro Saavedra, que saltó a la fama por su imitación de Kurt Cobain en la versión peruana del reality, incluso es elogiado por la BBC de Londres. Y en la Argentina, Andrés Rey. El que hace doce años también pasó por un concurso de dobles en Estados Unidos. El mismo que -asegura- ocupó el lugar de Luis Miguel en el escenario ante 18 mil personas.

Para Urrustarazu todo empezó en Mar del Plata. Era enero de 1997, tenía 25 años y había ido a veranear con sus padres y sus dos hermanos a la casa de su tío. Habían viajado desde Saladillo -una ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires-, donde vivían desde que Andrés era chico.

-Una tarde estaba en el hall del edificio con mi mamá y nos cruzamos con Polo Martínez -un viejo amigo del mexicano- y cuando me vio me dijo: "Sos igual a Luis Miguel", cuenta Urrustarazu.
Martínez le dio su tarjeta para que lo llamara pero él dudaba. ¿Un amigo del cantante en el mismo departamento? Salvo eso, todo lo demás sonaba lógico: desde chico le decían que era igual a Luis Miguel. Para todos era el Rey Sol de Saladillo.

Pero él no sabía cantar. No había subido a un escenario en su vida. Ni pensaba hacerlo. A él le gustaba Soda Stereo y quería ser ingeniero. No lo iba a llamar.

¿Para qué? -Era una oportunidad que Andrés no podía dejar pasar, así que decidí llamar yo -cuenta su madre, Blanca Coll, años después, desde Saladillo.

-¿Por qué hacés esto? -Me gusta llevar alegría. Sería imposible que todas las personas tengan a Luis Miguel en su fiesta y yo les ofrezco una ilusión óptica, que pueden vivir en carne propia -dice Urrustarazu.

-¿Sólo eso? -Bueno, me reditúa ser Luis Miguel y lo hago bien. Eso está claro en los resultados.
Y todos los beneficios que tiene el personaje los disfruto todos.

Urrustarazu cuenta que de la mano de Polo Martínez, ese viejo amigo del Rey Sol, logró entrar al círculo del cantante.

-Pero el que dio el aval fue Luis Miguel.

Luego de ese encuentro cuenta que salió de gira con él por Argentina, Paraguay, Uruguay y Chile.
-De golpe estaba en un carro que nunca me había imaginado, ganando un dinero que nunca pensé -dice eso y sonríe de nuevo, muestra los dientes blancos-. Pero a los tres meses se cortó la gira y quedé en stand by porque no tenía contrato como doble.

Urrustarazu no sabía qué hacer. Nadie le explicaba nada. Si seguía en la universidad, en dos años, cuando volviera Luis Miguel, tendría que dejar todo. ¿Buscar otro trabajo? No lo convencía. Se había acostumbrado a un ritmo de vida que no podría sostener con un sueldo promedio.

-Un amigo productor me propuso estudiar al personaje arriba del escenario. Me gustó la idea de hacer un show para un público selecto y lo empecé a hacer. Al principio era un playback pero seguí estudiando y, de a poco, me fui acercando a la voz de Luis Miguel y hoy lo hago muy bien.
Desde entonces Urrustarazu se transformó en Rey. Andrés Rey. Empezó con un show sencillo en las sierras cordobesas.

De ahí a los casinos, fiestas, publicidades De ahí a Miami. Y de ahí a un concurso de imitadores en el programa de Don Francisco, un animador chileno muy popular en la comunidad hispana de Estados Unidos.

Allí, en Miami, fue elegido el Mejor Doble de Artista Latino Internacional.
En Buenos Aires no hay estadísticas oficiales sobre la oferta de shows tributos, pero los dobles están en bares, discotecas, casinos, desfiles, restaurantes, fiestas privadas y ahora hasta en el cine, donde El último Elvis -ópera prima de Armando Bonieto presenta a un doble de Presley.
-Los tributos están de moda y generan grupos de pertenencia -dirá Sergio Marchi, especialista en rock y autor de los libros Roger Waters. Paredes y puentes: el cerebro de Pink Floyd y Los Beatles después de los Beatles.

Otros especialistas, en cambio, creen que la clave es económica: -Los dobles sirven para satisfacer las necesidades de los fans de un determinado artista de poder "verlo" de una manera mucho más accesible y económica, sobre todo cuando el original es inalcanzable -dirá Alfredo Rosso.

Como si los dobles fueran un producto más de la feria La Salada.
-Hay gente con mucho talento -dice ahora Andrés Urrustarazu- pero yo me centro en mi trabajo. Para ser un número uno te la tenés que creer. El público se merece un Luis Miguel y no puede tener menos. Entonces eso tiene un costo. Si alguien quiere tener un auto con asientos de pieles naturales lo puede tener, pero vale un poco más.

Urrustarazu cruza las piernas y se reacomoda en su sillón. Habla lento, parece saborear cada una de sus palabras.

-Los demás también harán su trabajo y si alguno puede trabajar en el Conrad, si pueden compartir escenario con Cristian Castro, si pueden ir a los casinos de Perú, México, Ecuador, que lo hagan... Por algo soy el único que trabajó para Luis Miguel.
Andrés Urrustarazu sonríe. Se cree el mejor.
Y no lo disimula.

Llegar a un show de Andrés Rey puede resultar tan complicado como acceder al entorno de Luis Miguel. Carla Saibur, una de sus asistentes, llega con casi una hora de retraso al hotel Four Seasons, donde semanas atrás el doble se movía a sus anchas.

Desde ahí conduce hasta otro punto de la ciudad, en el extremo opuesto a la casa de Andrés.
Es una noche calurosa de fines de noviembre y ella conduce por calles oscuras. Este viernes nadie camina por estas calles. Más allá las luces de los autos cruzan la avenida.
Pero acá hay oscuridad.

-Ya estamos llegando -le avisa la asistente por teléfono.
Pocos minutos después, en una esquina, se encienden las luces del Volvo. Parecen los ojos de un animal rabioso en la noche espesa.

Dentro del auto está Urrustarazu. Viste camisa blanca y corbata negra con lunares blancos. Tiene el esmoquin, impecable, colgado del respaldo de su asiento. Ahora es él quien conduce rumbo a una fiesta en Pilar. Allí, en un matrimonio, Rey dará el show de la noche.
El doble parece de buen humor.

-Hace muy poquito tuvimos un cumpleaños de una señora mayor que es súper fanática de Luis Miguel y cuando me vio estaba convencida de que era él. Me agarraba la mano, me decía "tengo todos tus CD" y lloraba -cuenta mientras sale de la autopista.

Alrededor no hay edificios, sólo casas de fin de semana y campo abierto. Se detiene en un complejo de salones de fiestas y, mientras estaciona, sigue diciendo: -No me animé a decirle la verdad. Cuando me fui le dije al hijo que le explique que no era el verdadero pero me dijo que no, que prefería que se quede con eso.

Andrés Urrustarazu se mira en el espejo retrovisor y baja del auto. Se pone el esmoquin, su asistente lo ayuda a terminar de alistarse y entonces camina por el camino de tierra rumbo al local. Ella lo sigue, car gando los bolsos con el equipo de sonido.

-Pasen por acá -les indica el organizador, en la entrada.
-¿Pero acá esta la gente de la fiesta? -le pregunta Urrustarazu.
-Sí.
-¿No hay alguna otra entrada? Porque si me ven ahora se pierde la sorpresa.
-Podés entrar por la puerta de servicio si querés.
-Dale, no hay problema.

Rey sigue a un empleado de seguridad que lo guía por un pasillo hacia la cocina.
-Conozco casi todas las cocinas de Buenos Aires -dice mientras espera que todo esté listo para salir a cantar. Andrés Urrustarazu sonríe. Y de nuevo, enseña los dientes como Luis Miguel.
Minutos después, el mismo organizador lo guía hacia el jardín, desde donde accederá a la fiesta. Espera escondido detrás de una pared, micrófono en mano, el momento en que todo esté listo para salir. Cuando Andrés Rey entra a la fiesta, los invitados dejan los postres, intactos, a un lado.
-¿Te pusieron mariachis? -le preguntaba por teléfono, semanas atrás, el representante mientras Urrustarazu se preparaba para dar un show en Uruguay.

-¿Cómo que no te pusieron mariachis? Pcdilos. No podés cantar delante de dos mil personas sin los mariachis. Haceme caso: pedilos -se escuchó entonces desde la habitación contigua a la oficina del representante.

Esta noche tampoco hay mariachis. Andrés Rey canta sobre una pista de sonido grabada por él. Solo. Al frente, unas 150 personas lo miran intrigadas. No es un espectáculo como el que dio el año pasado en Punta del Este, ni como el show de Ecuador, a principios de año, donde compartió escenario con Cristian Castro. No es como el concierto donde -dice- ocupó el lugar de Luis Miguel.

Es el trabajo que hace cada fin de semana.
Los invitados de la fiesta parecen jurados de un concurso de talentos. Pero de a poco, mientras Urrustarazu hace suyos los movimientos del mexicano, los conquista.

Ahora, ya nadie está sentado con la mirada escéptica del inicio. Ahora todos los hombres, incluso el novio de la fiesta, cantan con él "Yo sigo siendo el rey". Bailan con este Luis Miguel argentino, le sacan fotos, lo abrazan y para entonces, cuando olvidaron los formalismos y se sacuden, torpes, al ritmo de éxitos de los noventa, Andrés Rey se escabulle por el pasillo que da a la cocina.
Y nadie nota la diferencia.