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El diente de López

Lo que cuento es historia tan reciente que temo escribirla porque no acusa recibo del pasado, pero resulta algo tragicómico muy emparentado con los tiempos que estamos viviendo.

El caso de mi amigo López sirve para medir el grado benigno de impunidad de algunos delincuentes que actúan a cara descubierta quizás sabiendo que por más que se los detenga tendrán una puerta abierta para seguir trabajando.

López y su esposa Catalina concurrieron al consultorio odontológico de su amigo Aníbal Pérez para colocarse un diente de porcelana en reemplazo de uno natural que por razones de tiempo y descuido había perdido. Un diente que para su reducido peculio, según él o "amarretismo", según quienes conocemos sus costumbres, era demasiado caro, casi un lujo.

Estaba jugando Holanda y Argentina, era una tarde solitaria del último otoño del siglo, había poca gente en la calle y pese a que mi amigo López quería ver el partido que trasmitían por la TV desde los Países Bajos, su carismática, dulce y autoritaria Catalina lo empujó hasta el dentista.

Cosa rara pero cierta, el consultorio que estaba ubicado en una residencia del Gran Buenos Aires no tenía público, quiero decir le faltaba el típico amontonamiento de clientes (mejor dicho pacientes) que, según mi amigo, siempre lo agobia en la previa agonía de enfrentar el torno y las tenazas dentarías.

López pasó con Catalina y se acomodó en el sillón (eléctrico), abrió su boca y esperó. El dentista le inyectó anestesia y, como siempre, López se quedó con la boca dormida y abierta mientras aquel se calzaba sus guantes de látex y procedía a ponerle el diente de porcelana que tanto le había costado conseguir.

Apenas terminada la colocación previa, se abrió la puerta del consultorio interno y apareció un fornido joven que a mi amigo le asemejó a un mensajero de una florería, quien ante el asombro general, mostrando un gran revólver sin apuntar dijo:

- Estemos todos tranquilos esto es un asalto ¿Dónde esta la recaudación?. El dentista le dio unos dólares y varios cheques.

- ¿Esto es todo? La gente paga con tarjeta, muchos bonos de obra social.


- Quiero todo el oro, tomá - el dentista se quitó y le entregó dos cadenas de oro que tenía en su muñeca junto con un reloj de alto nivel, regalo de su padre. El malviviente se encaró con la esposa de López. Dame la cadenita.

Catalina se quitó su cadenita de oro que el ladrón quería arrebatarle del cuello y se la dio junto con un reloj de pulsera que no tenía ni marca ni abolengo. El chorro miró con despreció el reloj y se lo devolvió.

Entonces encaró a López que estaba con la boca abierta y anestesiada y trataba inútilmente de cerrarla.

- ¿Qué mierda te pusiste en la boca?. López no podía hablar por la anestesia y el miedo.

Entonces el ladrón le metió la mano en la boca para sacarle lo que creyó había guardado y López cerró la boca sin querer, y se la mordió ¡Ayyyy...la putamadre!!!

Levantó el revólver para dárselo por la cabeza, entonces apareció providencialmente su cómplice que hacía de "campana" y con un gesto le indicó que saliera.

- ¿Qué te pasó? - le preguntó el odontólogo. Ese asesino casi nos mata a todos por tu culpa - le recriminó su esposa -¿Por qué lo mordiste? ¿Qué te habías puesto en la boca? Siempre el mismo amarrete ¿Qué te guardaste? - Nada - magulló López saliendo de la anestesia- pensé que el ladrón podía robarme el diente de porcelana y cerré la boca ¡que suerte que lo salve!

El dentista que había regresado, después del mal rato, a la boca de su paciente negaba con la cabeza. No salvaste nada López, ese hijo de puta se llevó el diente puesto.


Resultaron inútiles las búsquedas en el consultorio y aledaños que hicieron mi amigo López, su esposa, el dentista y la todavía asustada secretaria para dar con el paradero del diente de porcelana, el ladrón quizás lo llevó adherido a su mano durante un tiempo largo hasta que se dio cuenta y lo arrojó a algún cesto de desperdicios.