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El culto al desendeudamiento

Por Marcelo Zlotogwiazda* El desendeudamiento fue una de las grandes transformaciones, y muy positivas, de la gestión kirchnerista.

Luego de más de dos décadas de haber ocupado de manera siniestra el centro de la problemática macroeconómica, en 2003 la deuda pública equivalía al 139 por ciento del PBI, una proporción similar a la que tenía Grecia antes del canje de la semana pasada, e incluso mayor a la que hoy tiene Italia. Ocho años después, la deuda bruta total del sector público quedó reducida al 42,7 por ciento del PBI, pero su real gravitación es aún mucho menor ya que buena parte de los bonos están en poder de organismos estatales, es decir que puede ser refinanciada sin mayor inconveniente, y lo mismo sucede con la deuda con los organismos multilaterales; es así que la deuda bruta con el sector privado es de apenas el 14,3 por ciento del PBI, de la cual, además, no toda está nominada en moneda extranjera.

Fue el resultado de una política consistente, que incluyó el canje con fuertes quitas de la deuda en default que realizaron Kirchner y Lavagna en 2005, la cancelación total de los 9.500 millones de dólares con el FMI, el uso de otros 16.000 millones de dólares de reservas del Banco Central para afrontar compromisos de los últimos años, y una férrea resistencia a tomar nuevos créditos. Si bien la deuda restante lejos está de ser insignificante, y sus vencimientos todavía se sienten (en 2012 hay que cubrir 7.000 millones de dólares en moneda extranjera con acreedores privados locales e internacionales), no cabe duda de que ha dejado de ser la variable determinante, de que ya no asfixia, y de que está bajo control.

En este nuevo escenario el Gobierno sigue enarbolando la bandera del desendeudamiento. La reforma a la Carta Orgánica del Banco Central que impulsa en el Congreso revela claramente que va a seguir usando reservas (5.600 millones de dólares este año), y no hay señales que muestren interés oficial por retornar al mercado para tomar préstamos.

Es sabido que el que se quemó con leche ve una vaca y llora. Pero hay quienes creen que ya es hora de dejar de llorar.

Algunos de los que hasta ahora aplaudieron con fervor la política de desendeudamiento e incluso apoyaron el uso de reservas para cumplir compromisos, han comenzado a cuestionar la inflexibilidad del Gobierno frente al tema. Uno de ellos es Miguel Bein, que en su último informe señala: "Hoy, seguir usando reservas para pagar deuda cuando la relación entre la deuda que flota en el mercado y el PBI es 14 por ciento no parece la mejor opción".

Lo que Bein sugiere, Javier González Fraga lo propone abiertamente. En un escrito que no tuvo casi difusión, el ex presidente del Banco Central en los ’90 y candidato a vice de Ricardo Alfonsín critica al Gobierno por "hacer del desendeudamiento un dogma de fe" en momentos en que el mundo tiene enorme liquidez y, en consecuencia, bajas tasas de interés, y considerando que la incidencia de la deuda es muy baja. En lugar del "culto al desendeudamiento", plantea que es conveniente tomar deuda para refinanciar los vencimiento del Boden 2012 antes que subir tarifas o impuestos, y que en las condiciones actuales sería deseable tomar 20.000 millones de dólares prestados para invertir en ferrocarriles.

Respecto de esto último, a fines de octubre pasado señalábamos en este espacio: "En el Gobierno se evalúa desde hace algún tiempo la alternativa de recurrir más al crédito y menos al presupuesto corriente para financiar proyectos de iniciativa pública que son de carácter estructural". Hasta el momento no hubo novedades.

Sí hubo novedades acerca de otro de los temas mencionados en esa misma columna del 27 de octubre pasado. Un párrafo decía: "En lo referido al sector petrolero y su muy escasa inversión, uno de los factores que lo explican es que una parte considerable de las ganancias de YPF –por lejos la compañía con más yacimientos– se destina a cancelar la deuda que el grupo Eskenazi contrajo con Repsol para adquirirle una porción de la sociedad. ¿Habrá alguna novedad al respecto?". En este caso las hubo.

Lo mismo que en materia salarial. En esa columna, pero más aún en otra anterior del 21 de julio, se reflejó el análisis anticipatorio sobre el tema del consultor Miguel Bein: "Una vez ganada la elección presidencial Cristina Fernández se va a ver obligada a aplicar una política para bajar la inflación y evitar que el tipo de cambio real se siga atrasando tanto como ahora. Y considera que un elemento clave de esa estrategia deberá ser la contención de los ajustes salariales. Es más, su relato (el del consultor) de la paritaria docente tiene un final muy conflictivo y un inicio de clases sumamente alterado, porque se basa en que el Gobierno no tiene otro camino que torcerles el brazo a los gremios para que acepten un aumento que esté algo por debajo del 20 por ciento".

Esta semana Hugo Yasky confirmó lo acertado del anticipo al declarar: "Los ministros de Educación y de Trabajo nos reconocieron que no era un problema de plata sino que nos imponían un número que no llegara al 20 por ciento de manera inflexible, porque somos la primera paritaria del año".

La urgencia por desacelerar el ritmo de aumento de precios no viene dada por el impacto de la inflación sobre el poder adquisitivo, ya que lo sucedido desde 2007 hasta ahora demuestra que una inflación del orden del 20 por ciento e ingresos reales en alza para la inmensa mayoría de asalariados y jubilados son dos asuntos perfectamente compatibles.

La urgencia se origina en la necesidad de ir frenando el deterioro de la competitividad de la economía que desde hace largos años es provocado por el desfasaje entre costos que suben mucho más que el dólar. Ese desfasaje queda en evidencia observando la evolución del Tipo de Cambio Real Multilateral (TCRM), un indicador que toma en cuenta el valor del peso en relación al dólar y también a las monedas de los principales socios comerciales, y además considera los respectivos niveles de precios. Según la serie que elabora el sitio www.elhombrecitodelsombrerogris.blogspot.com tomando como base un valor 100 para diciembre de 2001 cuando estalla la Convertibilidad, el TCRM alcanzó un máximo de 276 en junio de 2002, fue 191 en diciembre de 2009, bajó a 164 a fines de 2010, y en enero de 2012 llegó a 147. Y ese margen todavía a favor si se lo compara con el retrasadísimo tipo de cambio de 2001 no es aún más estrecho gracias a que el real, la moneda del principal socio comercial, se ha apreciado enormemente, aunque no por culpa de la inflación sino debido a la lluvia de dólares especulativos que llegan a Brasil y que el gobierno intenta pero no logra parar.