El bombero argentino que murió en las Torres
Sergio Villanueva tenía 33 años, había nacido en Bahía Blanca y siendo muy chico, sus padres se radicaron en Nueva York. Hincha de Boca y de nuestra Selección, estaba a punto de casarse cuando sucedió el atentado de Al Qaeda a las Torres Gemelas que mató a tres mil personas. Murió salvando gente en la Torre Sur, la primera en caer, junto a seis bomberos.
Había nacido un 4 de julio, día de la independencia de los Estados Unidos. Pero lejos de Nueva York, en Bahía Blanca, a 9 345 kilómetros del lugar donde encontró la muerte. Un año después, en 1969, su papá viajó a buscar un futuro y se instalo en el barrio de Flushing, en Queens. El hombre había llegado a la Luna, y en Manhattan comenzaban a construirse los rascacielos mis altos del mundo hasta ese momento: las Torres Gemelas. Era el país donde todos los sueños parecían cumplirse. En 1970, la familia Villanueva se reunió: Delia y su entonces único hijo, Sergio Gabriel, viajaron para instalarse. Con el tiempo, ya radicados allí, nacieron Marisel y Steven. Cuando las torres del World Trade Center aún no estaban terminadas, madre e hijo se tomaron una foto con ellas de fondo para enviar a sus parientes en la Argentina. Eran tiempos felices.
El ataque del 11 de septiembre de 2001 a las 8.46, el vuelo 11 de American Airlines, un Boeing "67 con 92 personas a bordo, se incrustó contra la torre Norte del WTC. A las 9.02, el vuelo 175 de United Airlines, un Boeing similar con 65 tripulantes, se estrelló contra la Torre Sur. Siguieron otros dos ataques: uno contra el Pentágono y otro abortado en un avión que se estrelló en un campo cerca de Shanksville, Pensylvania. En total, casi 3.000 personas murieron en los ataques.
Diecinueve terroristas de Al Qaeda, la organización comandada por Osama Bin Laden habían escrito una de las páginas más negras de la historia moderna. Y Sergio Villanueva, ya un bombero de 33 años, paso a ser parte -la más honorable, la más gloriosa- de esa historia.
A las 9.05 de esa mañana, en el Ladder 132, el cuartel es que funciona en el número 489 de St. John s Place, en Prospect Heights, Brooklyn, dieron la orden de partir hacia las torres. Apenas 20 minutos del primer ataque, Sergio, que venía de cubrir el turno de la noche, se trepó a un autobomba -un camión Seagrave- y junto a sus compañeros devoró los siete kilómetros que los separaban del horror. Dejaron atrás la puerta roja con la inscripción que para ellos es ley "in the eye ofthe storm" ("En el ojo ele la tormenta"). Fueron la cuarta compañía en llegar a la Torre Norte, y luego las tareas de rescate lo llevaron a la Sur. Salvando vidas lo sorprendió, a las 9.59 de la mañana, el derrumbe del coloso de 107 pisos y 415 metros de altura. El, y otros seis miembros del escuadrón -incluyendo quien estaba a cargo de ellos, el jefe del batallón, Matthew Rvan murieron allí. En total, 343 bomberos de la ciudad de Nueva York pertlieron la vida.
EN EL RECUERDO.
Diez años después estamos frente a la misma puerta. Es domingo, y un hondo silencio envuelve el homenaje a esos seis hombres del Ladder 132. Una corona de flores será la ofrenda para ellos. Allí, abrazadas, están Delia y Maricel. La tía de Sergio, Mercedes, llegó desde Bahía Blanca para acompañara la familia y lo describe como "un chico muy lindo, muy vivo; era un nene de esos que son fuera de serie, con una alegría interior tremenda". La familia en pleno dice: "Sergio siempre está con nosotros, siempre lo amaremos, y estamos bendecidos por los recuerdos de cómo nos amó".
Están también los compañeros de Big Daddy, como le decían. Entre ellos Vinny y Ray, que sostiene una foto de su amigo. Antes de ser bombero, Sergio había sido policía. Entró a esa fuerza en 1992 y trabajó en el Precinto 46, en el Bronx. Llegó a detective y, luego de formar parte de la División Narcóticos de Manhattan Sur y obtener varias condecoraciones, decidió ser bombero. Entró en febrero de 2000, y al poco tiempo fue destinado al Ladder 132. "Era un gran tipo -dice Vinny- Disfrutaba su trabajo como bombero. Lo recuerdo divertido y muy amante del fútbol. Siempre sonreía y tenía mucho éxito con las mujeres".
Pero el muchacho de ojos verdes y pinta de galán latino sólo miraba a una chica: Tania Tepper, su novia. Tenían planes: se iban a casar, habían comprado una casa en Jackson Heights y, en los ratos que estaba fuera de servicio, llevaba adelante un negoció de regalos. A modo de culminar una etapa de su vida, diez días antes del atentado, Sergio había regresado de un viaje por el Caribe junto a su hermano. Ahora, Tania -que incorporó el apellido Villanueva al suyo- lo recuerda: "Aquella mañana me estaba pintando las uñas. Quería lucir mejor el anillo de compromiso que Sergio me había regalado unos meses antes, cuando cumplimos siete años desde que nos habíamos dado el primer beso. Miraba el canal NY1, cuando tuvo lugar el ataque.
El era todo para mí, mi alma gemela, mi mejor amigo, todo lo que podía esperar en un hombre, mi futuro marido y padre de mis hijos. Y de pronto, el significado de mi vida desapareció".
Hoy, el recuerdo de Sergio sigue vivo. Una esquina de Queens lleva su nombre, y su amor por el fútbol -hincha de Boca y de nuestra Selección, dos días antes de morir convirtió el gol del triunfo en el partido anual entre Bomberos y Policías- hizo que la camiseta número 10 de su equipo fuera retirada para siempre en su homenaje, y que se haya instituido una beca con su nombre, que otorga la Universidad Hofstra. Cosas que sólo les suceden a tipos como Sergio. A héroes como él.