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El aporte de una acuerdo de precios y salarios

* Eduardo Luis Curia. Conforme a dichos de la presidente Cristina Kirchner y de algunos ministros, el gobierno buscaría recolocar sobre el tapete la posibilidad de un acuerdo social. Una de las variantes al respecto, podría ser, en su caso, un acuerdo de precios y de salarios.

Gravita, en lo básico, el anhelo de moderar de cara al 2011 las expectativas de inflación efectiva, las que, luego, pueden trasmutarse en inflación tangible. Cerrando el 2010 en términos de aquella inflación en alrededor del 20% o algo más, sin factores que, de inmediato, intervengan ad hoc -empezando por una decidida gestión oficial, encolumnando a los privados-, hay riesgo de que ahora comiencen a alentarse expectativas de una inflación para el 2011 incluso algo superior. Los aprontes para las paritarias del año entrante, suelen incidir como un resorte, no único, pero, sí estimable, para el semblanteo de las expectativas. A la postre, toda la lógica de la inflación de costos prospera, en la que también puede pesar el movimiento de los precios de los commodities.

La inflación de costos, por puja de ingresos, o como se la llame, no se confunde con la inflación por demanda, pero, es evidente que una demanda que trepida, con una prociclicidad fiscal que instiga, permeabiliza más el curso de la inflación por costos-puja de ingresos. Lo que pasa es que, dadas ciertos rasgos febriles de dicha puja, las propias expectativas a futuro destilan un sesgo alcista. Asimismo, si bien el Banco Central no sería, en cuanto a su manejo monetario, un gestor directo de inflación en tanto aplicaría algo así como un mero ‘dinero endógeno‘ que se acomoda a terceros factores y al ingreso nominal, en el plexo de elementos operantes, se tendería a completar la imagen complicada.

Aun en el período saliente del modelo competitivo productivo en 2003(2002)-2007, la política de ingresos -por medio de un encuadre consecuente con la productividad y competitividad y con el horizonte distributivo lógico en la instancia-, constituía un capítulo clave a empuñar. Asociada a una política fiscal disciplinada y anticíclica en medio de la expansión, más algunas políticas de oferta, se erigía el combo que debía asegurar una cota de inflación, no mínima, pero, sí, plausible, facilitando el rol dinámico del tipo de cambio competitivo y de la política monetaria.

Es obvio que ese combo tuvo problemas y no pudo prevalecer. Con lo que, hoy por hoy, domina una puja de ingresos-costos picante, con una inercia que atisba alcista. En medio de una demanda briosa, el dólar nominal fijo, o casi, es el ancla de inflación (más algún otro resorte menor) relevante. Pero, como siempre decimos, por un buen rato, ese ancla no aplaca la inflación efectiva alta, sino que evita que se espiralice, mientras aquélla persiste en lo esencial.

Luego, sin alterar mucho el marco actual, un eventual acuerdo de precios y salarios, que tantas veces sugerimos, haría un aporte valioso en el plano que se señaló, aunque provisional de cara a un enfoque más cabal del tema. El operativo luce arduo, porque debería incluir compromisos muy serios de las dirigencias económicas y sociales y una intervención activa del máximo nivel político. La definición y monitoreo de los compromisos suscitan retos, dada la limitada credibilidad del Indec (mientras se espera la asistencia técnica del FMI y se decide qué hacer con las universidades).

El tema del "costo político" de reconocer la inflación efectiva alta, ahora es casi fútil, porque todos, a su modo, la asumen. Pesan los costos económicos, que lidian con las ventajas. Padecen quienes "no saben" jugar la puja de ingresos febril; sumamos un riesgoso, para el empleo, costo laboral alto en dólares gratuito, sin mejora estricta del salario real; medra una incertidumbre excesiva que molesta a la inversión; robustecemos la apreciación cambiaria real. Por ende, aunque el operativo sea arduo (y hasta su efecto, parcial), lo mejor es intentarlo.