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Documento exclusivo - Las manos de Perón: el silencio de los inocentes, hoy la tercera parte

¿Cómo distinguís los insultos de lo blogueros peronistas de los radicales? Simple: por el lenguaje. Por Boimvaser

Por Jorge D. Boimvaser
info@boimvaser.com.ar

Los descendientes de Hipólito Irigoyen envían escritos (como nos ocurre con esta serie de informes) con lenguaje académico, doctoral y desacreditante. Los peronistas amenazan a lo bárbaro, parecen fieros como tártaros Conclusión: vamos bien, se enojan todos, menos la verdad.

Ya te contamos en el primer informe de esta serie, que un cuidador del Cementerio de la Chacarita fue golpeado y dado por muerto por sus anónimos atacantes. Paulino Lavagno tenía a su cargo los llaveros de todas las puertas de entrada al camposanto.  Lo golpearon salvajemente una noche lluviosa, lo dieron por muerto, se robaron las llaves y el día que ingresaron a profanar la tumba del General Perón no destrozaron ninguna cerradura sino la abrieron con sus llaves originales.

Hay una fecha clave que figura en el expediente. Un día que ocurrió lo que nunca en la historia. Por orden "de arriba", los policías apostados a cuidar la seguridad del cementerio recibieron indicación que se podían tomar franco e irse a su casa. No fue una sugerencia, fue una orden. Y obvio lo hicieron.

Algunas herramientas utilizadas para la profanación eran entonces muy ruidosas, imposible no escucharlas en el descampado de una noche cualquiera cuando los sonidos y murmullos se multiplican en el silencio de la atmósfera circundante al cementerio. Ningún policía iba a ver qué pasaba esa noche de la profanación. Los serenos del lugar estaban aterrados por la muerte de su compañeros Paulino Lavagno. No se movían de sus casillas.

El autor de este informe entró una media noche a la Chacarita y habló con un sereno que llevaba décadas como portero de noche del lugar.

El hombre tenía un tumor en la garganta, voz ronca que uno asimila a los sonidos de ultratumba, era más pálido que el blanco pues no conocía los rayos solares y además morrudo y grandote... la estampa de alguien que no teme a nada ni nadie.

Pero cuando quise hablar sobre la profanación de la tumba de Perón, me paseó por las oscuridad del cementerio y en medio de él (probaba si yo asimilaba estar en el campo santo sin salir aterrado), me hacía escuchar los ruidos propios de las corrientes de aire y hasta los chiflidos que producen esas corrientes pasando por hendijas de los nichos.

"No me asustan los ruidos, no soy supersticioso",  le dije.

Su respuesta me sigue resonando en la cabeza. "Hace bien. Yo llevo 30 años trabajando en este lugar y le digo... téngale miedo a los vivos, no a los muertos".

Después me relató unas historias asombrosas sobre perros que ocurrieron años atrás. Historias que parecen de ficción sobre el reino animal, pero eso lo dejamos para otra ocasión.

Como esa noche fui con autorización al cementerio, y la guardia policial la corroboró, me quedé tomando mate con ese cuidador (hace unos años le hicieron una nota por TV y me alegré que siguiera vivo pese a su enfermedad) hasta que nos retiramos entrados las primeras luces de la mañana.

¿El terror era solo por la muerte de Paulino Lavagno, alguien a quien seguramente conoció..?

No solo por él. Y aprovechamos para recordar a quienes hablan que las manos de Perón fue obra de una conspiración masónica de la Logia Propaganda 2 de Licio Gelli,  que los policías del cementerio que recibieron franco el dia de la profanación,  respondían solo a sus autoridades superiores y éstas al Ministerio del Interior. Como siempre ocurre, no fueron extraterrestres ni masones conspirativos los autores del horrendo hecho, fue toda obra de cabotaje, made in casa,  con el visto bueno de algún sector de poder del gobierno alfonsinista.

No decimos que Raúl Alfonsín estuviera al tanto de eso, pero sí alguien cerca suyo con mucho poder como para dar órdenes a la policía que levanten guardias en lugares históricamente custodiados o directamente no investiguen actos criminales. Y la guardia en los cementerios no es porque los cadáveres parodiando el regreso de los muertos vivos se levantan una noche de luna llena y salen de joda. No, el problema siguen siendo los vivos: el conocido robo de mármol y de objetos de valor con que se revisten las tumbas. Por eso hay custodias en los cementerios locales. En el interior no suele hacer falta, porque la gente de campo es menos rebuscada y no adorna las tumbas más que con algún crucifijo de madera y algunas florcitas de la zona.

Otro día dramático en la Chacarita fue a principios de marzo de 1988. Impresionante movimiento de personas: Había fallecido en Mar del Plata Alberto Olmedo, y la noche previa a su entierro una cuidadora del lugar, María del Carmen Melo (amiga y confidente de Paulino Lavagno) fue salvajemente golpeada en su guardia nocturna y dada por muerta con múltiples traumatismos.

Pero la mujer no había fallecido, aunque sí lo hizo días más tarde de agonizar en el Hospital Pirovano.

La llevaron inconsciente y le avisaron a su familia. Despertaba de a ratos y pese a estar sedada tuvo ataques de miedo recordando a una mujer que la visitaba (¿hija o sobrina?, nadie lo supo con exactitud) que la habían apaleado por preguntar si se sabía algo del crimen de su amigo Lavagno.

La violencia psicológica más el cráneo y todos sus huesos destrozados por los golpes se llevaron el secreto de la mujer a la tumba.

Pero también se llevaron al familiar que la visitaba en el Hospital.

Nadie pudo dar con esa mujer, a quien María del Carmen Melo le depositó algún secreto al oído en el murmullo de su agonía.

El Juez Far Suau asesinado y la verificación de su accidente automovilístico (te lo dijimos en el primer informe de esta serie) fue truchada.  Buenos Aires no era la Italia de la Camorra que mataba jueces todos los días. Lo de Far Suau fue una señal que aprendieron bien los magistrados que le sucedieron.

Sabiendo que lidiaban con un poder superior que se escondía en los pliegues del poder, no hicieron nada por investigar la profanación.

Y las víctimas de ataques en el Cementerio tampoco fueron investigadas. 25 años pasaron y las causas judiciales están cerradas y archivadas.

El silencio de los inocentes se fue al otro lado de la carretera.

En la próxima entrega, te contamos testimonios de gente que aún está con vida y tuvo algo que ver –directa o indirectamente- con el asunto.