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Cristina y el acuerdo social

*Por Eduardo Curia. "Que el enorme esfuerzo no caiga en saco roto". Esta frase no es casual. Recoge en parte afirmaciones recientes de Cristina Kirchner. Que se integraban con otras que instaban al diálogo, cuidando de que "la conflictividad no arruine el modelo".

Días atrás, De Mendiguren, al asumir la presidencia de la UIA, y delante de dirigentes sindicales, también aludía a la necesidad del diálogo social.

Aquí se entrelazan los conceptos. Por un lado, y como lo señalamos tantas veces, el crecimiento argentino durante la década pasada, y que irradia aun hoy, ha sido harto significativo.

Entre otras facetas positivas, se advierten cambios estructurales y una gran creación de empleo. Desde ya, no se trató de una performance absolutamente rectilínea, ni exenta de desvíos y de errores, hasta gruesos en ocasiones. Pero la resultante general afirmativa es evidente.

Luego, ubicados en el "núcleo duro" de la cuestión, tendríamos el mandato de "ir por otra década" de fuerte crecimiento. Esto sería una forma de atenerse a aquel reclamo de que un gran esfuerzo no se disipe, que "no caiga en saco roto".

Estaría en juego la continuidad del proceso de vigoroso crecimiento, con todas sus implicancias. No obstante, el concepto de continuidad es polisémico y no unívoco. En ocasiones, es más pertinente –hablamos aquí en la esfera económica– acudir a un criterio de continuidad que no sea enteramente inercial o lineal. Justamente, existen casos donde la continuidad más loable es la que establece una "pausa estratégica", de tenor reflexivo, a partir de la cual se enfoca, y se la acciona rápido y con rigor, una continuidad esencial, combinado al efecto un eje referencial supérstite con la introducción de las adecuaciones que aconsejen las circunstancias.

Ya durante el año 2007 y la bisagra entre ese año y 2008, y en gran parte desde estas páginas, nos referimos a la conveniencia de una adecuación o puesta a punto de la estrategia económica de aquel momento –el modelo competitivo productivo–, algo que después fue caracterizado en la jerga con el término service, enfatizando una continuidad esencial o de fondo más que una lineal.

Es probable que un tópico por el estilo vuelva a proyectarse sobre el día después de los comicios, claro que con rasgos diferenciales con relación a la anterior oportunidad, puesto que no han transcurrido en vano años y vicisitudes.

ACUERDO SOCIAL: UNA ASIGNATURA PENDIENTE. El tema del diálogo o acuerdo social viene muy a cuento respecto de lo expresado en la sección previa. A esta altura, y aunque duela señalarlo, hemos hablado mucho más, desde hace bastante tiempo, del tal acuerdo, de lo que lo practicamos en los hechos. Esta ausencia no dejó de deparar algunas huellas molestas.

En realidad, si "alguien" requería visceralmente de un acuerdo social que sincronizara los criterios de competitividad, productividad y de una legítima mejora distributiva del ingreso en el tiempo, favoreciendo el clima inversor, ese alguien era precisamente la estrategia que nacía de los escombros de la convertibilidad.

En un esquema como el modelo competitivo productivo, orientado hacia el sobrecrecimiento sostenido, y afincado al efecto en el tipo de cambio seriamente competitivo y en el recio empuje de la demanda, aquella sincronización era vital.

Un acuerdo social, que además de otros capítulos importantes incluyera una política de ingresos sensible a los criterios citados, constituía un artefacto relevante en el frente indicado. Ya en una fase más de transición como la de este último bienio, el acuerdo social también correspondía... y se hizo desear.

Blanco sobre negro: rehuyendo con razón el "disciplinamiento" impuesto de modo exógeno a través de la vía recesiva,necesitábamos, dentro de un marco integral, un autoordenamiento deliberado y consensuado.

Por aquello de que "la conflictividad no arruine el modelo". Una conflictividad, aunque legítima, falta de encuadre orgánico y razonable, es capaz de arrojar secuelas fastidiosas. Así, computando también otros factores, nos exponemos a una dinámica efectiva de precios costos más subida de lo conveniente, en la que se tiende a confundir los alcances reales de los valores de las variables con los nominales, y donde algunas rentabilidades y la competitividad cambiaria se han debilitado de más.

EL "AHORA" Y EL "DESPUÉS". La temática del acuerdo social no se acota a esta etapa de tenor transicional hasta las elecciones. Por el contrario, con diversos grados de profundidad, se perfila más como un condimento clave para las instancias posteriores a la contienda electoral.
La propia presidenta Kirchner puede estar pensando en este punto, tanto más cuando su posible candidatura detenta, en su caso, pronunciadas chances de éxito con vistas a esa contienda.
El momento ulterior a los comicios pinta de gran trascendencia macroeconómica y económica en general. No es ahora el instante propicio de realizar incursiones programáticas de detalle en ese campo pero, sin duda, ese momento exigirá barajar opciones. Y algo trataremos de arrimar al respecto en su oportunidad.

Pero, ahora, contentémonos con hipótesis. Algunos podrían pensar que el actual formato transicional de política económica, exitoso en su orden, gozaría de una fácil extrapolación hacia adelante. De todos modos, habría fuertes implicancias a considerar. Circunstancias tales, en perspectiva, como los menores superávits externos, un tipo de cambio real más débil, una posible mayor exposición por parte de las exportaciones que no sean commodities, la estricta continuidad de la política de comercio administrado bastante casuista en aplicación, demandarán un análisis de sustentabilidad ponderado.

Suponiendo un determinado manejo de la demanda interna, no habría que descartar aquí controles cambiarios y de capitales más explícitos, con una confirmación de la diversificación del mercado de cambios.
Otra alternativa consistiría en profundizar el sendero de regreso a los mercados externos de deuda que se vino insinuando, en busca de una mayor oferta de dólares, en el caso, "financieros" (mientras se acota la de los "comerciales"). Pero, seguramente, esta opción requeriría aplicar ciertas "reglas del arte" afines en diversos frentes. Y, así, hasta se podría colisionar, no sin dureza, con la opción anterior.

Otra alternativa puede apostar aun cierto reciclamiento, desde ya parcial, de la matriz del modelo competitivo productivo, aspirando a recuperar una parte de la competitividad cambiaria diluida –recuperación que, entonces, debería preservarse en el tiempo–, de manera de lograr una combinación más armónica entre el uso de la política cambiaria y el del comercio administrado.
En rigor, el desafío de manejabilidad implicado sería significativo, requiriéndose, por ende, una propuesta macro muy seria y de alcance integral, en la que el acuerdo social, con su capítulo de política de ingresos, sería crucial.
Casi como una conditio sine qua non. Naturalmente, en cualquier caso, es clave encarar la cuestión inflacionaria (incluida la elaboración de un nuevo índice de precios que reponga la credibilidad). Ahora bien, esta sensible cuestión da pie en algunos círculos –aquí se perfilaría otra de las opciones– a planteos decididamente monetaristas con vistas, se aduce, a controlar la inflación.

Varias veces nos expedimos al respecto. En esos planteos prima una concepción exógena de la dinámica monetaria, por la cual se la ve a ésta, por sí, como la responsable primordial de la inflación. Por lo tanto, vía un argumento de reversa, la mera restricción de la evolución monetaria es tomada como el resorte antiinflacionario escencial.

Por cierto, los riesgos recesivos inducidos son enormes. Otros reemplazarían el látigo de la cantidad de dinero por el de la tasa de interés bien al alza, pero así el espectro casi no cambia.
El análisis puede prolongarse. Pero sólo nos guía en esta nota un mero curso exploratorio sobre aspectos de índole orientativa, aplicables hoy, pero, sobre todo, proyectables de cara a la instancia poscomicial.

Recorrimos una década meritoria, aun con los errores acaecidos, y conviene aspirar a una nueva década de reválida. Creemos que, atendiendo a estas coordenadas y sopesando costos y beneficios en el tiempo, es benéfico en el plano económico trabajar sobre la distinción entre la continuidad meramente lineal y aquélla más de fondo o sustantiva.

En fin, sin lugar para el diletantismo macroeconómico, es una forma de apuntar a que el enorme esfuerzo "no caiga en saco roto".