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¿Cristina duerme con el enemigo?

* Por Luis Majul. A veces da la sensación de que la presidente Cristina Fernández de Kirchner duerme con el enemigo. Las causas están a la vista. El triunfalismo, la intolerancia y el culto a la personalidad son los nuevos viejos virus que podrían llevar al Gobierno hacia una derrota, igual que en junio de 2009.

Y no por virtud de la oposición sino por culpa de la propia tropa. Por eso, ahora que las encuestas le sonríen, la jefa del Estado anda como un bombero tratando de apagar los principios de incendio que protagonizan sus seguidores.

¿Quién mandó a la diputada ultrakirchnerista Diana Conti a plantear una reforma constitucional para lograr que la Presidente tenga derecho a ser reelegida de manera indefinida, para toda "la eternidad"? Es probable que las palabras de Conti hayan sido sólo una expresión de deseo de ella misma y de un pequeño grupo. Es posible, además, que lo haya planteado en el seno de su agrupación y que incluso haya llegado a sugerir que merecería ser discutido en los más altos niveles. Es lógico pensar que ella, su grupo y otros funcionarios cercanos a la Presidenta lo hayan analizado como una jugada política para acrecentar la estrategia "Cristina ya triunfó" y convencer así a los indecisos que a último momento juegan a ganador. Sin embargo, el anticipo público del sueño "Cristina para siempre" podría determinar una importante fuga de votos: si hay algo que la mayoría de los argentinos rechaza es la idea de que cualquier dirigente se vuelva cada vez más autoritario, peligroso y descontrolado después de muchos años de ejercer el poder.

La pretensión del poder eterno remite a los sindicalistas que vienen manejando sus gremios desde antes de la dictadura militar o al ex presidente de Egipto Hosni Mubarak y al dictador de Libia, Muammar Khadafy, para citar los casos más recientes. También recuerda, de manera inoportuna, la reforma constitucional que ideó Néstor Kirchner en Santa Cruz para ponerle el moño al control absoluto de todos los poderes del Estado provincial. Bien podría hacer pensar a muchos indecisos: ¿y si la voto por otros cuatro años y después no se va más? La Presidente se vio obligada a desmentir a Conti nada menos que en el acto de apertura de las últimas sesiones ordinarias de su actual mandato. Con su desmentida, ¿habrá logrado quitar del inconsciente de los argentinos la fantasía de que lo único que le importa es seguir en el poder?

Cuando todavía no había terminado de retar a Conti tomó el teléfono y frenó en seco al responsable de la Biblioteca Nacional, Horacio González. González, junto con sus colegas de Carta Abierta y el filósofo del poder, José Pablo Feinmann, presionaron a los responsables de la Feria del Libro para evitar que el último premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, abra la muestra el próximo 27 de abril. Es sabido que Vargas Llosa ha criticado con mucha dureza y, a veces, con cierta superficialidad tanto a Néstor Kirchner como a Cristina Fernández. Pero -como se preguntó Beatriz Sarlo no bien estalló el escandalete- ¿alguien podría imaginar al rey de España censurando a Javier Cercas después de la fuerte crítica que le propinó a Juan Carlos por su ambigua conducta durante el "Tejerazo" en su libro Anatomía de un instante? ¿Alguien podría imaginar a los presidentes de Francia o Inglaterra iniciando una movida para impedir a Gabriel García Márquez hablar sobre los rasgos autoritarios de sus democracias europeas de derecha?

La intolerancia de los intelectuales K asusta y aleja a la clase media que Cristina Fernández pretende reconquistar. Y la pretensión de silenciar a un novelista por las ideas que expresa coloca al kirchnerismo a la derecha de la derecha más cerrada. Son acciones parecidas a las prácticas goebbelianas de los programas paraoficiales de Diego Gvirtz: quieren tapar las ideas de los otros con las propias, por eso manipulan los dichos y censuran todo lo que no encuadra con su estrecha realidad.

Si Cristina no quiere espantar a los que todavía siguen conmovidos por la muerte súbita del ex presidente, debería cortar de cuajo, antes de que se vuelva inmanejable, la fortísima movida alrededor del culto a la personalidad de Kirchner, porque podría llegar a saturar incluso a los propios seguidores. La comparación constante de Kirchner con Dios, San Martín, el Che Guevara y Juan Domingo Perón excede cualquier homenaje sentido que se le quiera tributar. Y la utilización de fondos públicos para hacerlo es, por lo menos, arbitraria e imprudente. Los que quisieron y extrañan a Kirchner tienen todo el derecho del mundo de realizar un documental en su memoria. Pero sería más digno y gratificante financiarlo de su propio bolsillo. Igual que hubiese sido más justo dejar "colgada" en YouTube la cumbia homenaje "Nunca menos" y no transformarla en una publicidad oficial de cuatro minutos.

¿Entenderán la Presidenta y su mesa chica que la propaganda constante sobre la Argentina feliz se le podría volver en contra cuando supere el punto de saturación? ¿Comprenderá que "sobrevender" el crecimiento de la actividad económica y esconder la inflación debajo de la alfombra, junto con la preocupación por la inseguridad, puede resultar un arma de doble filo que podría lastimar la imagen de su gobierno de cara a las próximas elecciones?

Algunos cristinistas de la penúltima hora sienten que están haciendo la revolución y que para eso no importan las formas y los medios. Se proclaman incondicionales, pero sus actos parecen dictados por el peor enemigo. Hay que decir, a favor de la Presidenta, que últimamente está reaccionando mejor que Kirchner: en vez de doblar la apuesta, corrige sobre la marcha, vuelve sobre sus pasos y deja a los ultra-K en falsa escuadra, porque intuye que le pueden hacer más daño que la oposición.