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Corteza de papeles

*Por Juan F. Marguch. La diplomacia secreta es mucho más que chismorreo. Los papeles de WikiLeaks describen sólo la corteza de un mundo mucho más complejo.

Quizá la mejor definición de lo que es un diplomático pertenezca a lord Henry Wotton (1568-1639): "El diplomático es un hombre honrado a quien mandan a mentir al extranjero".

Cuando ejercía con ácida soltura el brillante humour británico, muchas de las que ahora son grandes naciones llevaban menos de un siglo como estados centralizados: Francia, el Reino Unido y España. A ellos se sumará en el siguiente siglo Rusia, luego de los gloriosos reinados de Pedro el Grande (1672-1725) y Catalina la Grande.

Recién en el siglo XIX comienza a perfilarse el mundo contemporáneo, con la forja de la unidad de Alemania por Otto von Bismarck (1815-1898); Italia, con Camillo Benso di Cavour (1810-1861); la maestría geopolítica de Klemens von Metternich (1773-1859); la potencia emergente de los Estados Unidos luego del drama de la Guerra de Secesión (1861-1865), y el memorable reinado del emperador japonés Meiji (1867-1912), de quien se afirma con rara unanimidad que en 30 años hizo lo que a los europeos les llevó 300: transformar a su patria en una potencia de influencia mundial, mientras China permanecería aún hasta prácticamente las dos primeras décadas del siglo 20 hundida en el sopor de su penosa decadencia.

El siglo XIX fue la centuria de oro de la diplomacia, porque la política internacional era una trama tejida por una elite de estadistas dotados de inteligencia, ductilidad, ironía de alto vuelo y, de cuando en cuando, tramaban alguna guerra para desterrar del escenario a Napoleón, personaje de incontrolables pulsiones hegemónicas.

Fue el siglo de Bismarck, de Cavour, de Metternich, de Palmerston, de Castlereagh, de Disraeli, de Carlo Andrea Pozzo Di Borgo (1764-1842), nacido en Córcega, que al servicio de Rusia ingresó en la historia grande de la diplomacia.

Cuando se leen sus biografías, sus autobiografías, sus correspondencias, sus reflexiones sobre sus propias obras y las de sus contendientes y los testimonios y análisis de testigos contemporáneos, se asiste a un esplendente despliegue de talento, astucia y desparpajo.

¿Fenómeno WikiLeaks? Se plantea, entonces, un inevitable cotejo con las revelaciones de WikiLeaks que estremecen en estos días a la aldea global. La comparación es claramente desfavorable a la nueva. Pensar que sólo los Estados Unidos son capaces de felonías es tener una visión harto sesgada de la condición humana. Todas las naciones fundamentan su política exterior no sólo sobre los informes de sus embajadores.

Jean de la Bruyère (1645-1696), que ganó justa e imperecedera fama por la fineza de sus epigramas, describió la práctica de la diplomacia con un mote que no han refutado los siglos: "Todas las apreciaciones, todas las máximas, todos los refinamientos de la política de un diplomático tienden a un solo fin, que consiste en no dejarse engañar y en engañar a los demás".

Para engañar y no engañarse, escuchan a sus agentes de inteligencia y recurren a informantes que suelen venderles a buen precio información que recogen de diarios y revistas y de mentideros de cafés. Casi siempre, los embajadores de carrera son los principales intoxicados por información amañada.

Qué hay de nuevo. Los documentos puestos en la Red por WikiLeaks no justifican ni el asombro, ni la ira, ni el escándalo. Si se repasan, por caso, los informes sobre los Kirchner, se obtiene la impresión de que han consultado a despistados o a vendedores de "carne podrida", como se conocía en la jerga periodística de la década de 1960 la información tergiversada.

Si se creyese que los designios de los Estados Unidos y de Gran Bretaña en Irán, en Irak y en Afganistán son los que se engarzan en los documentos revelados, es inevitable que la estrategia global sería de una superficialidad alarmante.

Se sabía que Saddam Hussein no tenía armas de destrucción masiva y que, si alguna vez las tuvo, le fueron proporcionadas por los Estados Unidos durante la guerra de usura que mantuvo contra Irán (1980-1988) y también fueron los que le entregaron el gas cianhídrico que utilizó contra la población kurda y por cuyo uso fue ahorcado en Bagdad, por orden de George W. Bush, el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld.

Si Rusia es gobernada con mano de creciente peso paleostaliniano por Vladimir Putin, mediocre ex agente del KGB en Alemania, es ingenuo creer que el Kremlin ha desmantelado sus mortalmente eficientes servicios de exterminio, dentro y fuera del país-continente.

Los asesinatos de las periodistas rusas Anna Politkovskaya y Natalia Estemirova y del ex espía Alexander Litvinenko, eliminado con un proyectil radioactivo en pleno centro de Londres, lo demuestran suficientemente. Estemirova, activista de los derechos humanos, había denunciado centenares de fusilamientos extrajudiciales de patriotas chechenos. Pero los documentos subidos a la Red dan más importancia a la harto conocida riqueza ilícita acumulada por Putin, estimada en más de 40 mil millones de euros.

Como dirían los italianos, Julian Assange ha ventilado sólo l’acqua calda . La diplomacia secreta es mucho más que chismorreo. Sus papeles describen sólo la corteza de un mundo mucho más complejo. Tienen todas las apariencias de una operación mediática. Revelan poco del pasado y sugieren un mañana todavía más siniestro que el actual.