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COLUMNA DE CRISTINA WARGON: ¿Por qué engañan las mujeres? - Parte 2

No es cuerno todo lo que reluce. Es probable que algún varón, al pensar sobre los motivos que impulsan a las damas a ser infieles haya suspirado con alivio, creyendo: "ja, yo no hago nada de eso".

¡Sofrenad vuestras esperanzas! ¡Marchitad vuestra ilusión! Hay tantas clases de cuernos como cornudos hay en el mundo. Y como en este valle de engaños todos los hombres lo son (menos mi viejo y mi esposo), aún nos falta analizar las variantes más sutiles. Puede usted, por ejemplo, ser un señor formal, higiénico, considerado y tierno. Puede ser un amante latino o un asténico erótico, lampiño o barbudo, peludo o pelado. En fin, puede ser usted cualquier cosa; pero si es marido, dése por muerto: es usted un condenado. No se esfuerce ni se aflija, sólo atienda: supongamos por un instante lo mejor, que es usted un marido tirando a perfecto. ¡Dios lo salve! ¿Sabe la clase de aburrimiento existencial que dan las buenas maneras? ¿Adivina el bostezo infinito que puede producir un hombre "siempre" considerado?

Quizás esté pensando, entonces, que la otra alternativa, el "bestia look", es mejor. Tal vez crea usted que es cierto el poema de Sylvia Plath "Cada mujer adora a un fascista/ la bota en el rostro, el bruto, bruto corazón de un bruto como tú". Lejos de mi intención iniciar polémica con una poetisa, pero aunque fuera cierto que las mujeres adoramos a un fascista, ni el poema ni la vida aseguran que sea "para siempre". Digamos que no hay garantías de que no se cruce otro fascista con botas más lustrosas o un "hippie" pacifista o cualquier cosa. Porque en algún momento de esa plúmbea institución que es el matrimonio, ¡las damas se aburren! Y hemos llegado aquí al carozo de la cuestión: el profundo, insoportable tedio que produce un hombre con el correr de los años.

No es culpa vuestra, cariñosos maridos de este mundo, que la vida que les toca vivir y que nos cuentan cuando vuelven a casa sea tan apasionanante como leer la guía. Tampoco es un crimen tener las mismas manías, el mismo modo de hacer el amor o, lo que es más terrible, hacer los mismos chistes, década tras década.

Pero de este modo llega el día (que sólo la Bullrich ubica en el mañana) en que una mujer dice: ¡basta! Por supuesto, no es un basta con bombos y platillos, no es un basta de divorcio (ningún juez, por lo demás, conservaría una buena causal que un marido se hurgue los dientes en la mesa o nos aburra hasta el calambre). No se trata, entonces, de divorciarse, sino de divertirse: encontrar alguien que nos baje las bombachitas y nos levante el ánimo. Cuernos, bah

Continuará...