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Buenas y malas palabras

*Por Arnaldo Pérez Wat. Las palabras cambian su significación social según la época. En la Inglaterra victoriana, era obsceno nombrar las prendas de ropa interior.

El Diccionario Enciclopédico Espasa Calpe, tomo 42, edición de 1920, ya consignaba como tercera acepción sobre el sustantivo masculino pedo: "Argentina. Como beodez, úsase en modo adverbial: en pedo"; y ejemplificaba sin tapujos: "Estaba en un pedo soberano".

La última edición del Diccionario de la Real Academia Española coloca también su segunda acepción: "Adjetivo vulgar. Agarrarse un buen pedo". Por esto nadie se ruboriza. Pero en otro contexto, la palabra puede ser "mala", por lo que, para evitar el sonsonete o que nos hagan sonar, en adelante la reemplazamos por una letra p.

Si el prelado, el pastor o el rabino expresan en el templo "Mañana es la conmemoración tal; así que no se me vengan en p", están fuera de foco; han dicho una mala palabra.

Pero, cambiando el ambiente, puede ser una palabra menos mala que calzoncillo. Veamos: la maestra enseña la conjugación del verbo que le corresponde, o sea, peer, casi el único término que se usa para designar el hecho de expeler la ventosidad del vientre por el ano, sinónimo de ventosear; y que se conjuga como leer: Yo peo (o me peo), tú pees (o te pees), él pee, etcétera. Por tanto, el imperfecto del subjuntivo queda: Yo peyera o peyese, y así. Podrá estar un rato ejercitando tiempos y modos sin que nadie se ruborice. En todo caso, algún alumno norteño se enterará de que en su casa no eran tan despistados, pues, respecto del participio, utilizaban, cambiando el acento ortográfico, la expresión "¿Quién se ha péido?" (corresponde peído, como leído).

Ropa interior. Por otra parte, en la Inglaterra victoriana, rayaba en lo obsceno nombrar prendas de ropa interior, como camiseta. Y en los primeros años de la BBC de Londres, como en Radio El Mundo o en Radio del Estado, de Buenos Aires, en la década de 1930 y 1940 era tabú decir corpiño, bombacha, calzón, etcétera.

Antes de continuar, sin dejar aquel país, digamos que su conjugación nos desorienta con verbos comodines tales como to get (tomar) y to go (ir). Le agregan preposiciones, adverbios y adjetivos, habitualmente como quien respira; entonces, el significado del verbo cambia (se transforma así en una phrasal verb ) y, por supuesto, nos desorientamos.

Para desquitarnos, nosotros le insertamos al verbo ir y a otros verbos esa "mala palabra", anteponiéndole preposiciones y así modificamos también la acción de dichos verbos.

Vaya un ejemplo: hace ya tiempo (cito de memoria) una turista canadiense se quejaba, en el diario La Nación , de que tenía inconvenientes con ciertas inflexiones seguidas del término p.

La situación puede parafrasearse así: al dirigirse a un congreso, el chofer fue multado porque "iba en p". Le explicaron que iba alcoholizado. Pero también hubo otra multa por "ir a los p". Y así le siguieron aclarando, porque refirió que cuando llegaron, no encontraban el edificio del simposio y el chofer le dijo que "habían ido al p". Que luego preguntaron y "nadie sabía un p"; de manera que regresaron luego de un rato de "estar al p".

Observó que la única acción con ese vocablo que tenía clara en esta tierra, como en su país, es cuando se dice por ejemplo: "Abigail se tiró un...". "¡No! –le interrumpieron– eso mejor aquí no lo diga; máxime si esa persona está presente".

Extraordinario, les pareció una mala palabra. Casi el único caso literal para la Academia y le advierten que no use allí ese sustantivo, que en la vía pública oye a cada instante.