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¿Todo esto por un político?

La muerte de Néstor Kirchner marcó mí vida.

Néstor Kirchner baja cuadro de Videla
Néstor Kirchner baja cuadro de Videla

Recuerdo aquel 27 de octubre de 2010 como si hubiese sido ayer. Yo, con mis entonces 17 años, venía de un boliche a la mañana y me acosté a dormir. Al rato me despertó mi vieja llorando, yo no entendía nada. Me levanté corriendo creyendo que había ocurrido una desgracia y, efectivamente, así era. Me paralicé ante la noticia del fallecimiento de Néstor Kirchner, no me salía ninguna emoción, sólo me quedé ahí parada y fue cuando entendí todo. 

Para los que crecimos en los ’90 esto era algo nuevo. ¿Llorar por un político? Sí, sólo cuando nos sacaba el pan de la boca. Pero, ¿llorarlo por saber que se había ido para siempre? ¿Sentirse desprotegido y a la deriva? No, era algo completamente inédito.

Esa tarde fuimos a la plaza con un amigo. Acampamos toda la noche para entrar a despedirnos, durmiendo uno encima del otro y calentándonos con mate (aún hacía frío). A la mañana llegó mi prima que entró con nosotros. También lloraba.

Fuimos los terceros en ingresar. En silencio y conteniendo el llanto rodeamos el cajón, dijimos algunas palabras y salimos. La cantidad de gente reunida era impresionante. Todos llorando, el clima lúgubre era notorio. Mi tío avisaba que estaba algunas cuadras atrás haciendo la cola para entrar, ¿y todo esto por un político? 

Me acuerdo que hicimos cartulinas que pegamos en la reja de la Casa Rosada con todo tipo de frases. “Te vamos a extrañar”, “Gracias, Néstor”, “Néstor vive en el Pueblo”, etc. Escribimos mil cosas en las redes sociales y derramamos mil lágrimas más. La angustia se evidenciaba en la presión en el pecho, pero, ¿tanto dolor por un político?

Y es que no había muerto un político; había muerto un símbolo de nuestra generación. Había muerto quien bajó los cuadros de los genocidas, había muerto quien nos enseñó a los adolescentes que la política no era mala sino un instrumento para transformar la realidad y que esa realidad podía ser la que nosotros quisiéramos. Básicamente, había muerto la esperanza.

Con el tiempo supimos que esto no eras así. Lo sucedió Cristina y el resto es historia.

Este es mi pequeño homenaje a Néstor en el día de su natalicio y lo escribo entre lágrimas y pañuelitos. Nos dejó un legado de amor, de justicia y de ilusión. Nos permitió volver a creer, y eso es mucho. ¡Eternamente gracias, Néstor!

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